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Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com,
y conductor del programa radial semanal AUTOMANIA,
domingos a las 12:00pm ET por WQBA 1140 AM ,
y de EL ATICO DE PEPE, de lunes a viernes a las 5:00pm,
por WAQI 710 AM, en Miami, Florida,
ambas emisoras de Univision America.

Posted on Aug.10/2012


Es probable que cuando Alan Sillitoe, alrededor de 1960, escribió su cuento “La Soledad del Corredor de Fondo” (The Loneliness of the Long Distance Runner, según el original en inglés), nunca antes escuchó él hablar, ni los espectadores de la película homónima más tarde, de un atleta de la especie al que el título del relato y del filme le habrían venido de perillas: Félix Carvajal, “El Andarín Carvajal”.

Acaso como Matías Pérez, un mártir de la aeronáutica que en 1856 desapareció en La Habana a bordo de su globo, con lo que en vez de ser venerado no es otra cosa que motivo de solfa —“¡fulanito voló como Matías Pérez!”—, Carvajal, por décadas, ha sido por igual simple referente en chanza para el caminante en exceso. “¡Ahí llegó el Andarín Carvajal!”, reciben a esa persona con esta frase u otra semejante que incluye al personaje. Y, al pronunciarla, otra vez más un hombre que sí existió es relegado a las brumas de lo intangible, y configurado como un ser mítico como lo es el Príncipe Valiente, sólo que, peor, carente de una épica historieta que lo inmortalice.

El Andarín Carvajal, cuyo nombre completo es Félix de la Caridad Carvajal y Soto fue el primer fondista cubano que participó en una olimpíada, la de 1904 en St. Louis, Missouri, en Estados Unidos. Pero antes de llegar a este punto, es preciso hacer un maratón por su vida.

No es cierto que Carvajal nació en San Antonio de Los Baños, sino que su familia se trasladó a allí cuando él era pequeño. En realidad su madre lo trajo al mundo el 18 de marzo de 1875, en un viejo edificio en la calle Águila esquina a Malecón, en la barriada de Colón, en La Habana.

Pobre de nacimiento en una era en que ser páupero era serlo de verdad, de niño Félix gustaba de correr tras los coches, calesas, quitrines y volantas de la época, y emular su velocidad. De los pocos historiadores que han detallado la vida de Carvajal, alguno cita que era un chico con un grado de retardo mental, y de ahí su desmedida afición a correr, pero nada hay patente al respecto.

El caso es que por entretenimiento en tanto que entrenamiento sin quererlo, y talento natural para ello, Carvajal comienza a atesorar fama de piernas ágiles. Una día de noviembre de 1889, con apenas 14 años, vence al maratonista español Mariano Bierza que venía presentándose de ciudad en ciudad en La Isla. Sobre las 5 de la tarde, tras circunvalar el parque del pueblo infinidad de veces desde las 7 de la mañana, el español ya no pudo más… Pero todo se queda aún en estas pinceladas pueblerinas, porque con la Guerra de Independencia de 1895, Carvajal se va con los mambises, y supervive.

Al convertirse Cuba en república en 1902, Carvajal es honrado por sus servicios como patriota con un puesto de cartero, profesión que ejercía… corriendo.

En 1904, paralelamente a la Feria Mundial de Comercio de St. Louis, se efectúa allí la tercera edición de los Juegos Olímpicos de la era moderna. Los amigos de Félix, conocido ya en el pueblo con el sobrenombre de “El Andarín Carvajal”, le animan a presentarse en el evento. El atleta en ciernes, que no tiene un centavo, acude a por ayuda financiera al novel gobierno de Don Tomás Estrada Palma que, ocupado en asuntos más perentorios, no honra el afán de Carvajal. Carvajal viste entonces una camiseta que reza "Coopere con un atleta que quiere participar en las Olimpíadas de San Luis”.

Finalmente, a duras penas, junta el dinero para el pasaje del vapor.

Como nunca había navegado, la travesía le sienta mal; se marea, vomita… Al desembarcar en New Orleans, todavía le queda una larga jornada para llegar a St. Louis, trayecto que en gran parte lo hace corriendo.

Algunos historiadores señalan que tuvo que viajar de esa manera porque Carvajal gastó el poco dinero sobrante en bebida y juergas con las codiciadas prostitutas de la infamantemente célebre Calle Bourbon del Barrio Francés de la ciudad, pero otros aseguran que tal no es cierto, y que el dinero que pudo ahorrar del viaje por mar no le alcanzó para costear el de por tierra.

Cuatro días…

Llegar a punto de comenzar literalmente una carrera, es llegar tarde. Delgado, ojeroso, demacrado, con su baja estatura de alrededor de 1.50, le miraron con escepticismo en la mesa de inscripciones.

Carente del atuendo de corredor, Carvajal no tuvo tiempo más que para que le ajustaran en el abdomen una banda de tela con el No. 3, recortar a las rodillas los pantalones, y alistarse para correr con los únicos zapatos que por años su pies habían conocido: las botas de cartero… sí, ésas mismas con las que hizo el viaje.

A las dos de la tarde de un sofocante 30 de agosto de 1904 —32º C— sonó el disparo que anunciaba el inicio del maratón. Treinta y un corredores emprendieron la marcha. Minutos después, El Andarín Carvajal de seguro se envolvió en los mismos sentimientos y pensamientos de Colin Smith, el personaje de La Soledad del Corredor de Fondo, mientras las suelas de sus botas de cartero dejaban la huella sobre el polvo del camino al tiempo que lo levantaba con los talones, y a su lado pasaban paisajes totalmente distintos de los de su natal Cuba. Y pronto comenzó a liderar la carrera, cinco kilómetros por delante del competidor más cercano.

Este es un fotograma de una de las pocas películas que se conservan de la maratón de las Olimpíadas de San Luis en 1904 en que participó El Andarín Carvajal. El fondista con la remera con el No. 12 es Arthur Newton, que terminó en tercer lugar. Carvajal no aparece en esta imagen.
 

Pero tras recorrer unos 30 kilómetros, las penurias del viaje la víspera en el que apenas comió, y el esfuerzo de la carrera, le produjeron un hambre atroz. Así, se cruza con un manzano al lado de la vereda y se dirige a él. Tras tomar cinco manzanas verdes y volver a la carrera en cuyo paso comenzó a comerlas, transcurrieron apenas minutos para ser asaltado por intolerables retortijones de estómago. El Andarín intentó resistirlos, pero no le quedó más remedio que dejar el camino y ocultarse en la maleza para acceder a las demandas de sus intestinos. Fue allí que vio pasar por delante de él al primer corredor que venía muy detrás.

Carvajal, repuesto de esta primera andanada, se reincorpora a la justa. Pero su cuerpo le traiciona otra vez. Sin duda, las manzanas verdes, engullidas atropelladamente, le cayeron mal. Dos tandas más de cólicos le obligaron a volver a evacuar en el campo, y en cada una de ellas, vio a otros corredores que venían muy rezagados, adelantarle. Aún así, El Andarín Carvajal arribó en quinto lugar en la competencia, perdiéndose la oportunidad dorada de haberle dado a Cuba muy tempranamente su primer maratonista olímpico, y poniéndose al pairo del fondista griego Spiridon “Spiros” Louis, que ganara la carrera de la magna cita de 1896.

A pesar de de los pesares, El Andarín Carvajal entró en quinto lugar en el maratón olímpico de San Luis, devenido luego cuarto.

De los 31 corredores de la competencia sólo llegaron a la meta doce.

El primero en entrar fue el norteamericano Fred Lorz, pero resultó descalificado por fraude cuando los jueces se enteraron que recorrió unos 10 kilómetros a bordo del auto de un amigo —en el sketch de Rowan Atkinson en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres 2012, en una simpática parodia de Chariots of Fire, su personaje de Mr. Bean reeditó este incidente—. De manera que final y oficialmente quedó en primer lugar Tom Hicks con tiempo de 3 horas, 28 minutos y 53 segundos, seguido de Albert Corey en segundo, Arthur Newton en tercero, y el Andarín Carvajal en cuarto.

Los corredores de la carrera de fondo de los Juegos Olímpicos de 1904 antes de echarse a correr. Obsérvese al pobre Andarín con el pantalón oscuro recortado y las medias negras, con el No. 3 en el abdomen, el único que carece de shorts y zapatos para correr. En el extremo a la derecha de la foto, con el 12, Newton, y a la izquierda, con el 20, el verdadero ganador, Hicks. Con el 31, a su lado, el tramposo Lorz.

En las Olimpíadas de San Luis, que se efectuaron entre el 1ro de julio y el 23 de noviembre de 1904, participaron 651 atletas de 12 países; el Andarín Carvajal fue el único fondista latino, porque los demás participantes de la carrera eran norteamericanos, británicos o griegos. Cuba sin embargo, una semana después del fracaso de Carvajal resultó recordista en la oportunidad gracias a los esgrimistas Ramón Fonst y Manuel Díaz. Fonst, que nació en 1883 y murió en 1959, ganó medalla de oro en las Olimpíadas de París de 1900, y es el primer atleta latinoamericano de la historia galardonado con esa presea.

Una vez terminada su fallida pero decorosa actuación, de nuevo, el tropical corredor de fondo… no tenía fondos para volver a Cuba. Así que a la fuerza más que por otra cosa, aprovechó la circunstancia para quedarse un tiempo Estados Unidos y, por aquello de que todo lo que sucede conviene, el Andarín Carvajal participó allí en otras carreras.

Cuando 14 meses después regresó a Cuba, lo hizo cargado de varios trofeos y medallas de oro, que El Fígaro del 10 de septiembre reseñó,

Pero, como nadie es profeta en su patria, la gloria de sus triunfos quedó restringida al brillo de sus medallas y, como Cenicienta, el ayer por la tarde campeón volvió a la mañana siguiente a su modesto empleo de cartero. Y siguió divirtiendo a la vida callejera del pueblo, correteando tras los coches.

Tan sólo dos años después, en 1906, al enterarse de la inminencia de las que se llamaron las Olimpíadas Intercaladas de Atenas, El Andarín Carvajal se dispuso a participar en ellas. Cuba se encontraba entonces bajo la segunda intervención norteamericana; otra vez, por subscripción popular consiguió el dinero, sólo que ahora por razones de distancia, necesitaba más plata. Y fue… pero ¡ay!, en esta ocasión sí llegó definitivamente tarde, pues la carrera ya se había efectuado. Como hizo con Estados Unidos dos años antes, se queda en Europa, y gana otras competencias en la propia Grecia y también en España, Francia e Italia. Volvió a Cuba con más medallas. El dinero que ganó por allá apenas le valió para costearse el pasaje de regreso a casa. Continuó viviendo muy modestamente, ahora en la capital.

Posteriormente, durante el gobierno de José Miguel Gómez, el Andarín pidió ayuda para participar en otros certámenes, pero “el tiburón que se bañaba… no lo salpicó”, a pesar de que al atleta logró una entrevista con el presidente de la República.

En lo adelante, Carvajal continuó exhibiendo sus dotes de pies alados contra otros corredores que visitaban La Habana, compitiendo con ellos en el Malecón, en el Parque Central o alrededor de la Manzana de Gómez. Para entonces tenía un silbato que le caracterizó. Y a menudo los maratones los corría contra sí mismo, solo. En 1928, con 53 años de edad, los diarios de la ciudad reportaron que tan inexplicable como la fantástica carrera de Forrest Gump, el Andarín Carvajal le dio la vuelta corriendo a la Manzana de Gómez por 6 días consecutivos, alimentándose exclusivamente de jugo de naranja. Completó 4,375 vueltas sin detenerse, récord que probablemente ignore el Libro Guinness.

Su desmedida pasión por correr, desbocada como la de un caballo fuera de control, le llevó a comenzar una carrera el 1ro. de enero de 1930 desde Pinar del Río hasta Santiago de Cuba, de un extremo a otro de La Isla, a lo largo de la Carretera Central. Esto, lo hizo trotando.

Al llegar a Santiago, volvió a pie hasta Pinar del Río. Pero sus plantas aún con apetito le hicieron extender el maratón hasta Guane, considerado el poblado más occidental del país. Esta aventura terminó el 23 de septiembre de 1930, con un inventario de 2,300 kilómetros recorridos.

Mas nada de esto, ni sus 57 trofeos internacionales, le valieron a Carvajal el vivir ni medianamente bien en lo que a economía respecta. Para supervivir, muchas veces tuvo que demeritar su talento de corredor innato con actuaciones que rozaban al tonto, al mendigo o al payaso. Dicen que se presentó en algún circo barriotero, que hizo de sandwich man o que corrió en los carnavales de La Habana. La verdad es que para comer, el Andarín Carvajal muchas veces llenó esa necesidad gracias a la caridad de la gente.

Algunos apuntes indican que vivía en una casucha bajo el puente de La Lisa, y que guardaba con cerrojo sus trofeos en la carrocería de un viejo auto junto a su habitáculo. Sobre la puerta del improvisado escaparate un rótulo rezaba antiortográficamente "Proibido Tocal".

Cuando murió, la policía ocupó su propiedad y sus premios, y éstos aparentemente desaparecieron para siempre. Mucho creen que terminaron gracias a manejo indolente e inescrupuloso de terceros en joyeros y orfebres que fundieron sus medallas para usarlas en nuevas prendas de oro y plata.

El último acto de El Andarín Carvajal ocurrió en enero de 1949. Ya tenía 73 años, estaba enfermo y padecía de una hernia que callaba y que conocían sólo sus amigos… a pesar de lo cual se enfrascó en una carrera con el corredor argentino Guerrero, más joven que él. La justa terminó con la entrada al estadio de El Cerro a cuyo terreno le dio varias vueltas como parte de la ceremonia apertura de un partido de béisbol. Posiblemente este esfuerzo desmedido provocó una recaída en su salud sólo días después, porque El Andarín Carvajal murió a las 7 de la noche del 27 de enero de un ataque al corazón en la Casa de Socorro de Marianao, a donde había sido llevado con urgencia.

El Andarín Carvajal y su historia, aunque por increíble así lo parezca, no es un personaje de ficción. Es cierto que su vida coquetea con el mito y la leyenda, pero merece el trofeo con que nunca le han agraciado: el reconocimiento.

Pintoresco, quijotesco, acaso por momentos incluso caricaturesco, fue en realidad un héroe a pesar haber sido también cuasi un mártir olímpico o atlético al que la vida nunca le tomó en serio, y cuyo origen, y la adversidad y el tiempo en que vivió le hicieron trampa. Más que esta o aquella carrera en que participó, su existencia fue un largo maratón de fondo tan lleno de soledades como las que acompañaron al personaje de la novela de Sillitoe y su versión cinematográfica, que tanta gente que la ha visto no puede suponer siquiera que un fantasma transparente, el de El Andarín Carvajal, se superpone al carácter de celuloide.

Brindemos con frescas manzanas maduras la memoria de El Andarín Carvajal...

 
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