Pero a Castro ni siquiera le envenenan el café como a aquel Papa.
¿Por qué justamente de cualquiera de las anillas del poder en Cuba cercanas a Castro no parte una acción que acabe de eliminar al vejete, ya que parece que incluso La Parca perdió el interés en pasarle la guadaña? Esto conduce a la desencantadora conclusión de que la cúpula, en su pátina de abyección endémica que da color a la fauna arribista que va desde sus relacionistas públicos como Randy Alonso, Taladrid y Barredo, hasta los diversos estratos ejecutivos del establishment castrista —civiles o militares, los Alarcones o los Colomés Ibarras—, ya raulistas o fidelistas, piensan que a diferencia de lo que pasó incluso en la madre patria ideológica —la Unión Soviética—, una Perestroika ojerosa no les garantiza una reacomodación de su modo de vida, ni una transición al poder. De no ser esto lo cierto, lo otro sería pensar pues en el carácter masoquista de la prevalente siquis española del cubano todavía siglo y tanto después de la colonia, a lo vivan las cadenas de Fernando VII. Terrible leif motive de tan impertérrito estado de cosas…
Es posible que el tradicionalmente raquítico estado económico de Cuba, histórico por insular, y acentuado ahora por las cinco décadas de castroeconomía, determine que los que están cerca del sillón de convaleciente del dictador y que podrían servirle la pastilla equivocada y le supervivirían, saben que no podrían repartirse tras su funeral un cake que no existe. Mucho merengue; de masa, nada. El restart que desesperadamente necesita la computadora de Cuba es pues tan quimérico como las témporas de Mercurio…
En conversación telefónica con Emilio Ichikawa, el filósofo y este servidor arribamos al razonamiento de que la Unión Soviética tenía por lo menos un par de fábricas de camiones cuyos administradores en la época del post-estalinismo de Brezhnev acariciaban en silencio la idea de convertirse en CEO de las plantas tras el añorado descalabro del sistema algún día en el porvenir. De hecho, es lo que en Rusia ha pasado. Pero, ¿de qué central o cine podrían anhelar adueñarse las marionetas que engendró Castro, si Castro exterminó toda probable fuente generadora de cinco pesos? Por sólo mencionar estos dos elementos —central y cine— a más alto o más bajo nivel de generación de riquezas, el caso es que la industria azucarera cubana está aniquilada —acaban de reportar la producción más baja del dulce en la historia del país desde que un ingenito ignoto en la época de los mayorales parió la primera raspadura: alrededor de sólo 1 millón de toneladas métricas—, y las salas cinematográficas son ruinosas arquitecturas totalmente arrasadas. Castro y su aplanadora anti-económica no sólo desarticuló las fuerzas productivas que heredó de antes de 1959, sino que aquellas pocas apenas válidas que bajo sus normas estableció, luego, como Saturno que devora a sus hijos, él mismo las extinguió.
Las grandes operaciones en Cuba son fruto de las inversiones extranjeras, y volver a un golpe de estado económico como el de las intervenciones en 1960 en el que ahora un coronelito superviviente le tumbe el Hotel Melia al dueño español, no resistiría un reciclaje de la movida, condenada de antemano a la inviabilidad.
Todos los que hoy juegan al monopolio seudocapitalista en La Isla, hace rato que comprendieron que mantener el status quo es lo que les conviene y asegura su supervivencia. Por otro lado, gran parte de las esferas del poder en Cuba está representada por una clase incapaz, mediocre e ignorante que no podría jugar con las competitivas reglas de una sociedad democrática, abierta y de libre empresa, aunque ésta inicialmente fuese tambaleante. Carente de talento para cualquier cosa como no sea el de trepar a costa de la fidelidad ideológica —genuinamente fanática o fingida— quedaría desvalida y rezagada por el sagaz bodeguero de esquina cubano con inteligencia natural para los negocios —que los hay— así le faltase instrucción académica. La nomenclatura cubana se divide pues en topos y aprovechados. Y a ambos les costaría reinventarse... en verdad les resultaría imposible reinstalarse en un mapa decente y real.
En esa Cuba post-Castro imaginada, ¿dónde quedarían entonces personajes como los protagonistas de La Mesa Redonda, cuya prominencia y “éxito” —falaz, hay que decir— se basan en la lisonja y la adulación cuando no la simulación? Por eso lucharán a capa y espada para retener el privilegio de ver en una pantalla LCD la televisión por satélite de Estados Unidos, el país que denigran día a día pero que secretamente admiran, cosa que el infeliz chofer de un "camello" no puede hacer. Ya llegará el día —eso, si ya no pasa— en que sus hijos y sus esposas, asqueados por su miseria de alma, no podrán besarles en la mejilla o yacer bajo ellos.
Y hay otro estrato, el de los “ungidos” vistos con cierta respetabilidad, los de perfil intelectual como Eusebio Leal o Abel Prieto, con fortunas y cuentas de banco millonarias en el extranjero, cuya legitimidad sería anulada cuando las instituciones y la sociedad civil nacionales se restablezcan y quede demostrado que ese dinero que atesoran es patrimonio de la nación porque su origen no es genuino. Estos funcionarios del intelecto serían las más frágiles víctimas del nuevo orden; no podrían justificar sus chequeras como acaso sí artistas como Pablo Milanés, Silvio Rodríguez o Roberto Fabelo que arguirían que sus alcancías rebosaron por su obra. Y, al final de la lista, quedarían desahuciados los “embarcados”, los tira tiros desde las ventanas en los estertores de la dictadura, como la Seguridad del Estado rumana a la caída del regimen, aquellos que cometieron crímenes y atropellos, que amén de perder sus arcas, si decidieran abandonar el país, serían perseguidos, apresados y juzgados por tribunales internacionales o repatriados más tarde para sanción. El mundo ha cambiado para mal de ellos. Ya ni siquiera estamos en el aún tibio 1989…
De modo que todo ese panorama con —sobre todo— la economía cual común denominador, conspira contra la última esperanza, la que acaricia la eliminación de Castro por la mano que quizás le recorta la barba, ya que desde la intersección de L y 23 parece que no va a salir un grito de “¡abajo Fidel!” que, desconcertatemente, recibirá por todo eco un puntapiés de las Brigadas de Respuesta Rápida las cuales, por cierto, no están integradas por chinos de Cantón.
Para los hijos putativos de Castro en el poder, lo mejor es mantener las cosas tal cual están hoy. Duerme tranquilo, comandante, duerme incluso bocarriba y con los dos ojos cerrados, que nadie de los que te rodean te va a poner la almohada en la cara. Ni tampoco un tapón en la colostomía de tu oscuro costado para que te llenes de… y te ahogues en ella como te mereces.