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Ha muerto OLGA GUILLOT... y Castro sigue vivo

Es como una maldición: el cubano que nunca debió nacer supervive a otros que mueren antes de ver a Cuba libre de su tiranía. Justo en el día en que fallece la Reina del Bolero, La Habana anuncia con pérfida alegría la reaparición del dictador del Caribe en la televisión cubana. Como Fausto... ¿tendrá Castro un pacto con el Diablo?

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com
Posted on July 12/2010

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Haga click sobre esta línea para entrevista que le hiciera el editor de este website a Olga Guillot en el 2001

No puedo evitarlo, pero cada vez que muere un grande y un bueno de Cuba, me pongo medio blasfemo —aunque después pido perdón— porque se nos va otro en cuyo lugar habría de ir Fidel Castro.

Acaba de morir en Miami, ni sé a derechas de qué —qué importa— Olga Guillot, justo en el día en que desde La Habana anuncian con pérfida alegría que a las 6 de la tarde aparecerá Castro en la televisión cubana, disertando sobre la inminencia de una guerra nuclear, cosa de la que ha ¿escrito? en los últimos días (eso es lo que pasa cuando un idiota le deja a mano a un bastardo senil un calendario maya…).

¿Hasta cuándo tendremos que tolerar ese mutis de gente buena que se va al otro mundo primero que quien ni siquiera debió haber nacido? Recuerdo a Agustín Tamargo, que decía que tendría una gran bronca con Dios si él moría antes de ver a Cuba libre de la tiranía castrista. Tamargo era uno de los tres cubanos de mi lista que si fallecían antes que Castro, integrarían mi reclamo personal a las Alturas. Los otros dos, Celia Cruz, que ya partió… y me quedaba Olga. Ya no...

Desde un día de 1965 en que siendo un niño y bajo el severo racionamiento de juguetes de Cuba comunista me quedé con las ganas de tener un pequeño autobús azul que no alcancé en mi turno en la fila que frente a la tienda con mi madre hacía, nunca más me había sentido tan desconsolado como ahora. Me quedaba Olga como aliciente, como compensación a la ida de dos cubanazos que merecieron ver a su patria libre antes de morir y ello no ocurrió, pero ahora ni eso. Y lo más mortificante es que el demonio prevalece. Más aún, que justo este día reaparecerá públicamente la bestia balbuceante… aunque el pamper no se le vea…

Como en el Contrapunteo Cubano del Azúcar y el Tabaco de Fernando Ortiz, o como en la lista de males y bienes de Robinson Crusoe, podría hacerse lo mismo para contrastar la existencia infame de Castro, y la obra y legado nobles de estos tres cubanos.

En el caso de Olga Guillot, como Celia, con su música —la más vibrante de todas las artes— ésta hizo felices a millones de cubanos y no cubanos en el planeta entero. Con Olga, a su voz y arropado por sus boleros, alguien fundó su amor o lo hizo, rió de alegría, o gentilmente lloró de nostalgia. La obra de Castro en cambio es oscura, baja, lúgubre, nefasta, carente de sonrisa como él mismo. El edificio que pacientemente Castro construyó con minuciosidad maquiavélica a lo largo de 50 años está compuesto de ladrillos de lágrimas, de sangre, de dolor, de desarraigo, de exilio, de familias separadas, de hambre, de anhelos y quimeras, de carencias materiales de todo tipo, de racionamiento, de apagones, de desencuentros, de mal calzar y peor vestir, de presidio, fusilamientos, de esconderse y decir lo que no se quiere ni se siente, de huidas, de ahogados o náufragos por cuenta propia devorados por alimañas marinas, de sofismas y antifaz, de humillación, temores y estigmas, de carencia absoluta de libertades. Y lo peor es que el edificio de Castro, como la Torre de Babel, sigue irguiéndose hacia el cielo, piedra sobre piedra de ignominia con pretensiones de infinita, cuya construcción ha sido ahora comisionada por él mismo a otros que siguen sus planos con esmero. Mas, rectifico… no es un obelisco sino un pozo de oscuridades la obra de Castro, en camino a las honduras del hades…

Castro supervive a Olga Guillot. Y después no quieren que a veces, como Job, tenga crisis de fe…

Tuve contacto personal con Olga Guillot un par de veces, breves, rutinarios y planos, sin tirar el ancla, con lo que terminé no siendo un conocido consciente suyo. En la época en que ejercí la crítica musical la entrevisté en dos ocasiones, una de ellas con motivo del lanzamiento de su disco “Faltaba Yo”, del 2001. El encuentro transcurrió en su apartamento de Miami Beach, en la Florida, una tarde de octubre de aquel año, lluviosa por la precocidad de un frente frío tempranero. Por alguna razón —¿la lluvia?— Olga, cariñosa, vivaz, conversadora, rápida para la réplica ingeniosa, sonriente, con aquella voz sonora que la definía —estas, sin duda, son algunas de sus características más notables que nadie negará— me pidió que me quedara un rato extra. Estaba allí otro colega, admirador suyo, que había llevado su colección de LP’s de Olga —junto a la cual fotografié a la artista en el sofá—, y terminamos a pedido de ella, con su hija Olga María, “gusaneando” y tomándonos un café que preparó su mucama, en la pequeña breakfast table del acogedor comedor de la pieza. “No te vayas, mi gordo… pareces un galleguito… ven, tírate una foto conmigo”, me dijo aquí o allá Olga durante aquella cita tras la que volví a casa con el CD dedicado por ella, y una imagen latente en la película de 35mm de mi cámara fotográfica de mi persona junto a ella. Feliz: mi familia y amigos saben que, pese a sus razonables críticas, nunca me afané en recibir autógrafos de los famosos que por unos 8 años entrevisté, ni a retratarme junto a ellos, pero con Olga sí quería hacerlo. Lo hice con ella porque, mucho más allá del respeto que como artista podría tenerle, como cubana, como patriota, mi admiración hacia Olga Guillot era mucho, mucho mayor. “Tú eres uno de los nuestros”, me dijo en un momento del diálogo, pues nos resultó imposible que la charla eludiera el Cuban issue.

Olga Guillot fue una anticastrista ferviente. En un mundo —el del arte, los medios, las comunicaciones — tan penetrado por la izquierda, Olga Guillot sacrificó parte de su carrera en pro de su pose ideológica. El incidente en que a principios de la revolución de Castro en México ella echara de su concierto al embajador comunista Carlos Lechuga la engrandece como cubana. Pero “la guillotina” —como gustaba de llamarse simpáticamente a sí misma— tuvo que pagar el precio de ganar menos dinero en su carrera por tales posturas. Olga nunca negoció la brújula de su corazón, ni cantó con nadie que siquiera se aproximara tangencialmente al gobierno castrista, ni lo presentó o compartió escenario con ellos. Olga Guillot, en su plante político se aparea sólo, exclusiva y únicamente a Ernesto Lecuona... y nadie más. Su residencia en México, país al que amó y que le abrió las puertas —su relación con la nación azteca es en realidad más vieja que el hito de 1959— pero cuyos gobiernos cíclicamente han sido inclinados a la dictadura de La Habana, fue otro de los actos de valentía de Olga Guillot.

Olga se nos ha ido, para más fatalidad, el día de la espectacular reaparición de la momia caribeña en la Mesa Redonda de Cubavisión, presentación cuya autenticidad, o si es en vivo o pre-grabada, es imposible de comprobar.

Cuando el Rey de España regañó en una cumbre iberoamericana con su histórico “¡por qué no te callas!” al esperpento de Hugo Chávez, alguien se apresuró a hacer una parodia con la frase de la célebre tonada ¡Que viva España!

Qué bueno sería tornar la burla hacia Castro, exclamando, ¡por qué no te largas! Se han marchado Tamargo, Celia y la Guillot, mientras Castro, cual el Fausto que pactó con el Diablo, les sobrevive. Sólo espero que la temperatura del infierno sea proporcional a los años que viva y al daño que ha hecho. Y antes del punto final, rectifico la parodia: ¿por qué no te mueres?

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