click on header to go back to articles index

 
NO NOS HAN HECHO
UN FAVOR:
La censura
que jamás debió existir
Después de 50 años, Cuba ha levantado el veto radial a artistas exiliados. Por qué lo hace ahora. Quiénes, cómo y desde cuándo fueron silenciados.

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com,
y conductor del programa radial semanal AUTOMANIA,
domingos a las 12:00pm ET por WQBA 1140 AM ,
y de EL ATICO DE PEPE, de lunes a viernes a las 5:00pm,
por WAQI 710 AM, en Miami, Florida,
ambas emisoras de Univision America.

Posted on Aug.14/2012

Ilustración fotográfica del autor.

Varios despachos noticiosos de importantes fuentes informativas del mundo se hicieron eco el 10 de agosto de un nuevo maquillaje del gobierno cubano que, sin embargo, no fue oficialmente anunciado por éste a través de sus “notas informativas”, como habitualmente hizo a lo largo de años.

Después de décadas de prohibición, por ejemplo la BBC de Londres por mencionar una sola de las entidades que reflejaron el suceso, citó que casi medio centenar de artistas cubanos que viven —y murieron, agregamos nosotros— fuera de Cuba podrían regresar como el Hijo Pródigo a la radio de La Isla. ¿Qué hay detrás de la decisión y cuál es la historia de la censura radial a artistas en el país?

Por años, artistas cubanos exiliados, de distintas generaciones, estilos y épocas, que van desde Celia Cruz a Gloria Estefan, han sido vetados en su país de origen. Y no sólo aquellos cuya fe bautismal se asienta en una parroquia allá, sino también los que son hijos de cubanos afuera, que nacieron luego lejos de la patria de sus padres.

La censura artística, en particular en música, es un engendro estalinista que floreció en los países de la órbita soviética. Típico de los regímenes totalitarios —el nazifacismo incluido—, en realidad antecede a Stalin y comienza tan temprano como con Lenin. Pero el fenómeno se hace patente más tarde porque por naturaleza está relacionado con el desarrollo de los medios electrónicos de registro, reproducción y difusión. Si en tiempos del bolchevismo clásico no se le halla tan tangible como más tarde lo fue, es por esta razón histórica.

En Cuba, que es el caso que nos ocupa, es tan vieja como de hace medio siglo… precisamente el medio siglo que el gobierno de los hermanos Castro lleva en el poder. La primera gran figura descabezada fue Ernesto Lecuona, la cimera de la música en Cuba. Humillantemente y por gusto destituido por el joven gobierno castrista de su cargo de presidente de la Sociedad Nacional de Autores Musicales de Cuba que él mismo fundara años antes, Lecuona se exiló en Estados Unidos y dejó claramente establecido en uno de los cuerpos de su testamento que, de morir fuera de la nación —como ocurrió en Islas Canarias, en 1963—, sus restos jamás fuesen repatriados en tanto la “camarilla” —textual— de los Castro gobernara. Para noviembre de este año habrán pasado 49 años de su muerte. Mientras, sus huesos permanecen enterrados en el cementerio Gate of Heaven de New York, y su música ha estado tan muda en la tierra a la que dio tanta gloria como su propia tumba…

En esta primera camada de artistas cubanos que por exilados fueron suprimidos de la radio del país que les vio nacer, están Celia Cruz —a la que se le impidió volver a Cuba al funeral de su madre—, Olga Guillot, Fernando Albuerne, y Ñico Membiela. Es únicamente un botón de muestra.

En las democracias no se censura a ningún artista que asuma una pose política contra el gobierno de turno y/o lo critique con su palabra o acciones, en tanto no invoque o promueva el magnicidio, que ya eso es harina de otro costal. Pero es que ni siquiera en estos casos se le censura; se le procesa y acaso encarcele por la amenaza que representa, como se le haría al más ordinario de los ciudadanos en análogas circunstancias. Pero no silenciarlo. De modo que no hay razón ética ni moral que justifique la guillotina que Cuba comunista hizo caer sobre artistas que no eran afines a su filosofía de gobierno.

La lista de artistas vetados no hizo otra cosa que engordar con los años. La ausencia de éstos fue pesada y dolorosa porque el mercado discográfico que existía en Cuba —igual al de cualquier otro país del mundo—, desapareció después de 1959. Así que para disfrutar de un músico u orquesta, desde principios de los años 60 y hasta bien entrados los 70, los cubanos dependían de la radio, para colmo también convertida en estatal.

Pero no es un hecho exacto, sino todo lo contrario, decir que al levantamiento de la restricción la lista negra recibió un baño de lejía. No, porque la lista negra, física, palpable, jamás existió. Del mismo modo que las autoridades castristas no tuvieron que perseguir abiertamente a los fieles o cerrar los templos, porque con estigmatizar la fe y su ejercicio fue suficiente para coaccionar y cohibir al creyente de manifestar su credo, los nombres de los artistas prohibidos nunca tuvieron que ir a parar a una lista negra, ni sus nombres fueron tachados con la punta roja de un lápiz bicolor. Los castristas son sofisticados. Todo lo que se necesitó para borrarlos fue echar a andar una maquinaria de autocontrol que rodaba sola, la misma que lograra que cada programador de radio sabía sin que nadie se lo dijera, a quién tenía que tocar y a quién no. La siempre precisa, infalible, eficaz y dedicada autocensura…

Por eso mañana a los historiadores se les hará tan difícil documentar con pruebas materiales muchos de los atropellos de Castro.

Es por esto que el origen de la noticia que señala que la restricción ha sido eliminada es ambiguo, y carece de un anuncio oficial. Pero la orden sin duda tuvo que haber sido diáfana, aunque a puertas cerradas y sólo verbal. Es fácil visualizar a un personero del establishment castrista decirle a los directores de radio en una de esas reuniones privadas del partido que la Revolución, generosa como siempre, y sin esperar nada a cambio a pesar de la afrenta, ha decidido que se escuchen otra vez las voces de los traidores. Ahora les ha dado por decir que “todos somos cubanos”… [sic. Juantorena].

En cuanto sonó la primera canción de Willy Chirino, la segunda de Celia Cruz, y la tercera de Gloria Estefan, los observadores extranjeros de la escena cubana, y cubanos como Yoani Sánchez dentro del país en tanto que monitores y eco hacia fuera de lo que sucede allí notaron el cambio, y generaron la noticia. Así fue. Pero no lo anunciaron ni Barredo, ni Taladrid, ni Alonso. Oh, La Mesa Redonda se ocupa de cosas más altas…

Naturalmente, la barrera de la censura no se alzará 90º en vertical: Los cubanos de Cuba escucharán ahora a Marisela Verena en Radio Progreso cantando Somos Tal para Cual, pero no el Son de las Tres Décadas. “Ya tú estás pidiendo mucho”, se apresurarán a ripostar los castristas, aludiendo inconformidad en la ribera Norte del Estrecho de la Florida.

No es pedir demasiado, sino lo que toca. La libertad no se mide ni en libras ni en pulgadas. Ella es una dimensión exacta y ya, que sólo sus enemigos y los regímenes totalitarios han logrado el milagro de hacerla administrable. Si se acalla una sola expresión de protesta, o cuando se ejercen las libertades selectivamente, entonces no se puede asegurar que la censura cesó. En las sociedades democráticas la queja, la protesta y el reclamo son parte de la vida misma.

Y esta no va a ser la única crítica de los voceros de la tiranía dentro y fuera de Cuba a la reacción del exilio. Dirán que los cubanos de Miami son malagradecidos porque después de haberse quejado por años que sus artistas son vetados en la radiodifusión de La Isla, en vez de saludar el gesto, lo denigran. En su irracional modo de pensar, los comunistas no entienden que no hay que agradecer la reimposición de una libertad que jamás debió haber sido suprimida. En realidad, los autores y gestores de la medida restrictiva lo que habrían de hacer es plantarse frente a las cámaras y micrófonos del país y pedir perdón por lo que antes hicieron. Entonces estaríamos hablando…

Mas eso no va a ocurrir, porque ellos piensan que siguen siendo los ofendidos, y que bastante han hecho con replegar noblemente una ola para una audiencia que no lo merece.

Pero es que en su acto tampoco hay la nobleza que pretenden. El veto ha sido levantado por varias razones. Una, porque volver a tocar a artistas “gusanos” en la radio nacional no atenta para nada contra los pilares del poder castrista. Dos, porque hace años que los cubanos —especialmente en La Habana y en la provincias occidentales— no dependen de la radio del país para escuchar a artistas que no se tocan en las ondas ni sus discos se venden en el mercado —sean contestatarios o no—, sino que acceden a ellos a través de una red de préstamos, copias y recopias —a menudo dentro del mercado negro—, de registros de sonido que traen al país los familiares exilados, quien viajó al extranjero y regresó, o captado ilegalmente del aire foráneo que se sintoniza en Cuba. Tres, porque están apostando a la reelección de Obama y esta movida queda como una de buena voluntad en el sendero de pasos en pos del modelo chino y, cuatro —y esta es la más inteligente—, porque ahora les servirá para acusar de intolerante al exilio cubano de Miami, cuya radio no difunde a Silvio Rodríguez. Ya veremos a Alarcón señalando con el índice a algún periodista que cubre los medios hispanos para el Sur de la Florida al tiempo que lo increpa diciéndole, “son ustedes los que censuran a nuestros artistas… nosotros no prohibimos ni vetamos a nadie en la radio”.

Y como la revolución es ya tan larga, los líderes del castrismo apuestan a la mala memoria de la gente y pronto nadie recordará la censura, que parecerá como que nunca existió.

El levantamiento de la censura a los artistas otrora prohibidos, es por tanto una acción para —utilizando un término beisbolístico— ser fildeada más afuera que dentro. A los radioyentes cubanos ya poco les importa escuchar a Willy Chirino en Radio Rebelde cuando todos tienen en casa una copia de Nuestro Día (Ya Viene Llegando).

De la rectificación sólo se benefician los artistas cubanos exilados que tienen todo el derecho del mundo de ser radiados en la tierra de su raíces, pero esto apenas es un gesto nominal.

¿Cómo y por qué fue vetado un artista en Cuba comunista? ¿Quiénes fueron?

No era necesario que el artista, en particular el cubano-americano, exiliado, tuviese que proyectarse de hecho, obra o palabra contra el gobierno de Castro para caer bajo la mocha, sino que su solo éxito y ejercicio de su carrera en Miami le condenaban automáticamente a la censura. Cuando Willy Chirino era ya el puro retrato de su pieza “Artista Famoso”, y Gloria Estefan igualmente lo fuese con su “Conga”, ya eso les valió la ausencia en la radio cubana.

Si se trataba de una figura tan militantemente anticastrista como Olga Guillot, ¡ja!, palabras mayores. Ni siquiera compañeras de carrera en los inicios de una y las otras, éstas, —que se quedaron en Cuba— se atrevían a mencionar a Olga así hubiesen sido amigas y confidentes.

En el caso de la Guillot y de Celia Cruz, la identidad artística de cada una fue arrasada a niveles fascistas. Igual pasó con Leopoldo Fernández, cuyo única gran pena fue irse de Cuba. Todavía en el Siglo XXI se escucha Tres Patines en la radio de muchos países hispanos de América, pero en Cuba el personaje está a la reja.

Tampoco había que irse del país y lanzarle una piedra a Cuba —o no— desde la otra orilla para que te sumieran en el anonimato. Artistas como Meme Solís más temprano, y más hacia acá Mike Porcel, fueron condenados al ostracismo dentro de su país por no comulgar con la filosofía marxista y pretender marcharse. Muchos artistas fueron tan enterrados en vida dentro de Cuba como los que estaban fuera… eso, sin meternos en los “castigados” temporales, sacados de circulación por un lapso porque dijeron o hicieron algo al margen de la cuartilla castrista. El propio Silvio Rodríguez, Amaury Pérez Vida y Pedro Luis Ferrer, por aludir apenas tres casos fueron, ¡pum!, acuñados con el pulgar abajo en un momento de su trayectoria.

Posteriormente el prontuario de díscolos artistas cuya obra merecía la mordaza, se amplió con una categoría nueva, la de los desertores, como Paquito D’Rivera y Arturo Sandoval.

La lista de los prohibidos escrita con tinta invisible desbordaba la nómina artística nacional. Se fueron por el hueco negro de la prohibición Julio Iglesias —suponemos que a Castro debió haberle dado urticarias la apoteosis de la cinta La Vida Sigue Igual del cantante español, que él habría querido para sí—; Raphael, José Feliciano y hasta Roberto Carlos, entre otros. Lo más desconcertante es que no se publicaba quién, de la noche a la mañana, estaba prohibido ni la razón por qué . Simplemente el cubano se enteraba porque se lo decía el vecino. Y las razones siempre eran imprecisas. Uno preguntaba qué pasó y generalmente nos explicaban que porque “dicen que (ponga aquí el nombre del artista en particular) dijo”. O porque (el nombre del artista de nuevo), “hizo unas declaraciones”. Pero, ¿dónde están las declaraciones? …¡déjame verlas!

Las “declaraciones” —que nunca eran de amor sino de guerra según el el gobierno—, no tenían que ser precisamente contra Cuba (contra Castro significaba “contra Cuba”, porque ya sabemos que Cuba no es Cuba, sino él). El comentario podría ser tan sólo tangencialmente ofensivo para la filosofía de la Revolución, y ya eso era suficiente para la afrenta, que merecía pues una “justa” respuesta, y ésta era la censura. Por ejemplo, de Feliciano siempre se dijo —nunca vimos la cita en blanco y negro— que su repentina ausencia en la radio cubana se debía a que justificó la guerra de Viet-Nam desde la perspectiva norteamericana. La Revolución es hipersensible, y cualquier cosa termina siendo agravio.

En la época del cierre a Feliciano, a Julio Iglesias y a Roberto Carlos, a principios de los años 70, con su censura a quien verdaderamente se castigó fue al oyente cubano que se vio privado de la única alternativa que tenía para escuchar a tres de sus cantantes predilectos: la radio. Baste decir de nuevo que en esa época no sólo no se vendían en Cuba discos excepto los de los cantantes soviéticos del sello Melodiya y los pocos artistas cubanos de la EGREM que no eran populares, sino que además… ¿discos para qué, si la venta de equipos electrónicos para la reproducción o grabación de música como los tocadiscos o grabadoras era cosa del recuerdo?

Y la censura tenía un diapasón más amplio. Quedaron prohibidos en Cuba y perseguido policialmente su consumo, Los Beatles, tan temprano como en su capítulo de fama en los años 60. Y luego por extensión, la mayoría de la música de origen anglo, identificada con la amplia etiqueta del “diversionismo ideológico” y de “penetrado cultural” el que degustara de ella, aún en el clandestinaje. Todo el vibrante fenómeno del rock y del pop en inglés y sus grandes intérpretes fue sepultado en Cuba por razones ideológicas, siguiendo el lúgubre patrón soviético con que Castro patinó a la sociedad cubana en décadas tan fulgurantes musicalmente como la de los 60 y 70.

La lista transparente pero efectiva de ‘los prohibidos’ era tan larga como el catálogo de estrellas de la era. Todavía en 1981, un musicólogo cubano escribió en un artículo en “El Caimán Barbudo”, que preferían eludir “la banda británica de rock and roll Queen [porque] era portadora de demasiados tatuajes ideológicos”. What?

A Carlos Santana, que gusta de exhibirse con una remera con la efigie del Ché Guevara al pecho, nadie le ha dicho que el guerrillero argentino, como fideo prominente en la intragable sopa castrista, le habría perseguido con la misma rabia con que Saulo de Tarso lo hizo a Cristo —aunque sin conversión— y que lo habría encarcelado por su look y por su música, amén de que fue otro de los que estuvo prohibido —yes, expresamente prohibido— en Cuba. La asepsia gubernamental para proteger la estética moral de los revolucionarios podía condenar in absentia a un artista por ser homosexual.

No hay ninguna virtud en el levantamiento —del que apostamos que será a medias y que en cualquier momento podría volver sobre sus pasos— de la censura a los artistas cubanos exiliados, silenciados en la radio de su país por décadas. Nos alegramos por Olga, por Celia, por Willy, por Marisela, por Albuerne, Membiela e incontables nombres que tienen el legítimo derecho de que les toquen en su patria, porque una cosa es nación y la otra gobierno. Pero los cubanos, ni los de La Isla ni los del exilio tenemos que agradecer NADA. Ese veto jamás debió haber existido. Y el hecho de que lo levanten ahora no libra del baldón en su frente a aquellos que ejecutaron la acción. Además, Cuba tiene necesidades cívicas más perentorias que escuchar con 10 años de atraso en Radio Liberación —la antigua CMQ— en la voz de la inolvidable Celia, que la vida es un carnaval… allí donde no lo es.

 
Comente este artículo en: info@ifriedegg.com