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CRISTINA Fernández de KIRCHNER dice que CASTRO está muy bien
¿La creemos? ¿Tendría alguna razón la presidenta argentina para mentirle a la opinión pública internacional asegurando que el dictador cubano no sólo vive, sino que está en pleno uso de sus facultades mentales tras dos años de pésimo historial médico a su avanzada edad?

Se muere... no se muere... se muere... no se muere... Deshojando agónicamente una macabra margarita, cuyos pétalos parecen ser infinitos...

por Pepe Forte/Editor de iFriedegg.com

Posted on Jan 25/2008


Y que más da
La vida es una mentira
Miénteme más...

Cuando medio mundo que le aborrece preparaba los cirios funerales y el champán para festejar su muerte... ¡plop!, se aparece la presidenta de Argentina y explota el globito de la ilusión de los enemigos de Fidel Castro que ansían verle six feet under, con la sorpresiva declaración de que vio con sus propios ojos al dictador cubano que, lejos de estar moribundo como se rumoreó por unos días al borde del año nuevo, se hallaba muy bien físicamente y, además, lúcido.

La situación en detalle es como sigue: otra vez —y acaso con más visos de credibilidad que en los últimos 24 meses— desde la víspera de fin de año y luego en los primeros del 2009, cobró inusitada fuerza el rumor de que Castro había sufrido una recaída en su salud y que podría estar agonizando. A la conjetura se unió esa vieja fórmula de atar cabos sueltos para llegar a una conclusión. Y esos cabos fueron, entre otros, la visita a Cuba de los presidentes de Ecuador y Panamá (Correa y Torrijos, respectivamente), y a ninguno de los dos les fue concedido un encuentro con Castro. Luego llamó la atención que Castro, que había estado publicando regular aunque no cíclicamente sus "reflexiones" en la prensa cubana, había dejado de hacerlo y, sobre todo, saltó a la vista el hecho de que redactó una escueta nota de felicitación al pueblo cubano por el cincuentenario de la Revolución Cubana el 1ro. de enero de este año, en vez de la empalagosa 'descarga' que habría merecido la ocasión. Los pesimistas aseguraban que vivía todavía pero que estaba inconsciente —más o menos como Jimmy Carter...—, y los optimistas no dudaban que ya estaba muerto.

Los más serios periodistas de Miami dijeron que fuentes de total crédito y confianza les habían hecho saber que Castro se encontraba muy mal, probablemente en coma, y que su deceso era inminente, aunque había que esperar a que el gobierno cubano hiciera pública la "buena" nueva. Para colmo, estando quien suscribe en los estudios de la WQBA 1140 AM, en Miami, para acompañar a Alina Fernández Revuelta en su programa radial nocturno, llegó a la emisora una comunicación de la Casa Blanca que advertía de la activación de una ley —en realidad un procedimiento rutinario— que ante eventuales emergencias solicita a ciudadanos relacionados con el territorio que podría verse envuelto en una situación de inestabilidad política, que se abstengan de viajar allá —incluida lo que la ordenanza describe como "actividad de anclaje"— o que salgan de allí lo antes posible. En este caso se le estaba aplicando a Cuba el rigor de momentum, sin duda, en estrecha relación con el creciente rumor de la inminencia de la muerte de Castro, a pesar de que la información no aludía tal sujeto. Pero apenas horas después de todo ese revolú Cristina Fernández de Kirchner aseguró que vio en persona al espantajo con coramina y habló con él ¿Le creemos?

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En 1993 escribí un artículo titulado "Símil de Fidel Castro y la Torre de Pisa", que por entonces esperaba leer en Radio Martí. En él comparaba al dictador con la célebre edificación, sobre la que siempre ha pendido la incertidumbre de si "se cae o no se cae". Tanto a la torre como a Castro, le han dedicado lo mismo pronósticos infalibles de despeñamiento —ya inminentes o retardados— que, desde la esquina opuesta, esfuerzos por parte de sus admiradores para impedir el descalabro. "Este año sí se cae", era el motto de los ilusionados exilados cubanos de Miami desde 1959, que ante en el estreno de cada año o la proximidad de la Navidad, aseguraban que esa Nochebuena sí la pasarían en Cuba. Mientras, por otro lado, los defensores de Castro exclamaban triunfalistas, casi con paroxismo, que Fidel "no se cae ni de la cama". El caso fue que sí terminó cayéndose literalmente y de sus propios pies tras concluir un discurso en Camagüey en el 2004 cuando abandonó el podio para encaminarse al público presente, en un fatuo alarde de pretendido paso juvenil que su cuerpo de anciano decadente no pudo fingir. Acto seguido, se destarraba como un chiquillo. Estrepitoso encuentro con el suelo en el que no echó humo por puro milagro, pero que le recompensó con una simple fractura de rodilla y no con la rotura de cuello que se merecía. Así que la caída, lo mismo la literal que la simbólica, la caída, como concepto o realidad material —y más marcadamente la abstracta— ha animado y dado color a un quimérico afán del cubano anticastrista.

Sin embargo, no fue el desmayo de El Cotorro —en que se aferró a la tribuna como salamandra en ventolera—, ni un traspiés de borracho —eso se lo dejamos a Raúl—, lo que sacó de un tirón a Castro del poder, del modo que lo ejerció por casi medio siglo. Tampoco fueron elementos tan poéticamente elevados como un disparo de nieve o una luz cegadora —cual dice esa canción por ahí y de cuyo autor no quiero acordarme—, sino algo tan innoble como una atroz invasión de mierda que casi le inunda el cerebro, desencadenada por una peritonitis de campeonato, acaso un tardío acto de rebeldía intestinal por los atracones de langostas con que se dio el lujo de aburrir a sus tripas por décadas. Pero de nuevo emergió mefistofélicamente de la gravedad como Fausto antes de que expirara su pacto con el Diablo, y así le vimos salir como un patético fantasma de aquel elevador cual muñequito de Nintendo.

Desde el 31 de julio del 2006, cuando su intelevisable secretario Carlos Valenciaga —los tipos más feos de Cuba son los más dedicados halalevas públicos de Castro— anunció el 'traspaso' de poder a su hermano Raúl, el "se cae o no se cae" de los cubanos anticomunistas fue sustituido por el viejo juego de azar de la margarita, ahora macabro en vez de romántico, porque la tradicional frase de "me quiere... no me quiere" que se pronuncia al deshojarla, fue sustituida por la de "se muere... no se muere...".

Y cuando parecía que el último pétalo de la florecilla correspondería a "se muere"... ¡ta-ra-ra-rá!, aparece Cristinita y dice que el tipo está divino...

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Christina Fernández de Kirchner, la actual presidenta de Argentina, escogió el 18 de enero para una visita oficial de unas 72 horas a Cuba, con el mal tino —o la mala leche— de hacer coincidir la fecha de la cita con la asunción de Barack Obama a la presidencia de los Estados Unidos. Supongo que son las cosas que uno debe hacer cuando Chávez nos presta el avión para viajar, o cuando se es un típico ciudadano latinoamericano acomplejado y resentido...

 

¡Qué pena, Cristina! ¿De qué te vale ser bella?

¿Verá Cristy al comandante en coma? ¿Se lo dejarán ver?, se preguntaba todo el mundo. ¡A lo mejor se lo muestran blanquecino hibernado en la morgue! ¡Oh, qué deferencia, qué magnífico motivo para una buena pesadilla!

El gobierno cubano, después de la sirimba hemorrágica que le dio a Castro hace dos veranos, convirtió a Chávez —o quizás lo decidió él mismo por cuenta propia— en la enfermera anunciadora del estado del clínico del tirano. Después trajeron al médico español —no el chino— que dijo que no podía decir lo que debería decir, pero que diría lo que podía, y esto fue que el "presidente cubano" había pasado el Niágara en bicicleta pero que finalmente estaba plín. Pero recientemente Chávez desató los rumores cuando dijo que ya no veríamos más públicamente a Fidel. ¡Ah, si Chávez dijo eso es que el vejete ya estiró la pata! Pero no lo van a decir: hay que llegar a los 50 años de Revolución con el ícono vivo. ¿Lógico, no?

Así las cosas, la mayoría de los analistas afirmaban que no, que la presidenta de Argentina integraría la lista del desfile de mandatarios que no vería al barbudo mesías, y que ése sería otro indicio de que Castro había cantado "el manisero", o que al menos lo ensayaba con desafinada devoción. Se especulaba que harían el anuncio del deceso el 20 de enero para robarle atención a la toma de posesión de Obama, y también en el afán de ingresarlo en el Libro Guinness con el repugnante récord antidemocrático de haber supervivido como rector de La Isla a 11 admistraciones yanquis. O que lo harían el 28 de enero, natalicio de José Martí, el apóstol de Cuba, para decir que "¡la historia los unió!". Después, más sofisticadamente alguien —¡genial!— dijo que, por el contrario, revelarían la muerte del demonio verde oliva una vez rebasada la inauguración del primer presidente afroamericano de la historia de Estados Unidos para, como Madonna, llevarse no parte de la atención, sino toda ella...

Pero de pronto, ¡aleluya, aleluya, aleluya!, a punto de subir al hugoplano, en pleno Aeropuerto Internacional José Martí en Rancho Boyeros, en La Habana, el 21 de enero la Kirchner —¡oh, patatús internacional!—, revela como Moisés que ha visto a Dios, perdón, a Castro...

Las bellas piernas de una presidenta de la geografía meridional lograron lo que los ruegos de los insípidos Correa y Torrijos no. ¿Las feromonas? Maybe...

¿Pudieron los encantos de la presidenta argentina más que los fallidos ruegos de Correa y Torrijos para ver a Fidel Castro en La Habana?

"Fue una manera muy especial de terminar mi visita a Cuba", dijo la presidenta argentina con entusiasmo casi orgásmico a lo Magda Montiel, mientras ¡click, click, click..!, la enceguecían decenas de flashazos. "Hablamos de todos los temas, charlamos mucho de la situación internacional", detalló la mandataria. Y a continuación reveló que Castro le dijo que había seguido por televisión la ceremonia de inauguración de Barack Obama —que sin embargo censuró al pueblo de Cuba—, y le dedicó un par de elogios al bronceado nuevo inquilino de la Casa Blanca. Para rematar, CFK aseguró que Castro está lúcido. ¿Y las fotos? ¿Y el video? ¡Oh, no!, sólo con su palabra basta. Al fotógrafo oficial de la comitiva argentina cuya función es tomar fotos de la presidenta todo el tiempo, excepto cuando ésta se ducha o hace pipí, los amigables karatecas de la seguridad personal del olímpico octogenario disfrazado de atleta —según lo describió la flechada Cristina—, lo convencieron para que mejor se quedara fuera, que eso sería más saludable para la integridad física... de su cámara Nikon.

Pero a tanta insistencia de este mundo escéptico del siglo XXI al mejor estilo Santo Tomás, que exigía paranoicamente "¡las fotos, las fotos, dónde están las fotos!", horas después fue revelada una imagen de Fide & Cristy, como para detener las habladurías... (en realidad, para acentuarlas).

En lo personal, me avergüenzo de, instrucción sagrada y todo de por medio, tener que reconocer que es una mala noticia para mí enterarme que un ser humano (¿un ser humano?) no ha muerto (perdóname Dios mío, por esta vergonzosa excepción con que me congratulo). Por otro lado, muchos opinan que la moratoria de vida con que supongo que el mismísimo Lucifer agració a Castro —de admitir que aún vive— ha restado impacto al anuncio de su muerte, y que cuando éste sea hecho, ya carecería de importancia. Es cierto... o puede serlo; han pasado 2 años y medio. Y los descorazonados apuestan que el sistema estructurado por el propio Castro le sobrevivirá y perpetuará su filosofía. Pero yo sí sigo creyendo que el Grand Finale que será la noticia de su fallecimiento tan esperado, aún conserva un efecto sico-social importante para el mundo y sobre todo para Cuba, que es la que sufre.

Pero cuando más esperanzado estaba, la aguafiestas Kirchner desinfló mis esperanzas. ¿Y es por ende este anuncio de certificación de vida de Castro el disgusto más grande que como noticia pudiese recibir ahora? No, no lo es, y cruzo los dedos porque lo que dijo Cristina Fernández de Kirchner respecto de la condición física del dictador más antiguo de América sea cierto. Espero que la Kirchner haya sido veraz. Espero que la Kirchner sea una dama. Espero que la Kirchner haga honor a la majestad de su cargo, presidenta de la República Argentina. Porque para mi sería demoledor descubrir mañana, o el mes que viene, o dentro de un año o de diez, que la presidenta de Argentina —o cualquiera otra figura supuestamente honorable del mundo— se prestó a un embuste de monumental magnitud, comunicándole a la prensa y a la opinión pública internacional que vio a una persona que no vio, o que la vio como no la vio, con tal de hacerle el juego a una abominable hoja de ruta que está envenenando paso a paso al continente latinoamericano, no ya por medio de una temible célula cancerosa en expansión como lo fueron las guerrillas precisamente inspiradas por Castro, sino a través de las avenidas constitucionales que un gobierno democráticamente electo pero canalla en esencia puede usar con maldad para ejecutar su turbia agenda, ya velada o más explícitamente. Ése sería mi mayor disgusto...

Espero por eso que Cristina Fernández de Kirchner haya visto a Castro de verdad. Porque cada vez que a la ética le asestan una estocada hoy, es como si se la dieran a mi corazón, pues... ¿cómo podría enseñarle a mis nietos mañana qué es el honor, cuya definición depende más de ejemplos y paradigmas que de la explicación en sí? Espero pues que en el mejor de los casos, la presidenta argentina fue expuesta a un doble de Castro que García Márquez no se tragaría, pero ella sí. Y no quiero pensar que ella es, de todos los componentes de esta terrible camada de agentes izquierdizantes conque las presidencias de los países latinoamericanos se visten hoy, el peón de confianza de Hugo Rafael Chávez Frías, que sí se prestaría para la patraña más aberrante, tan deshonorable y vulgar como lo es él mismo de pies a cabeza.

Lo siento, pero tengo recelos. Y desconfianza. Desconfianza de una dama. Desde los años '70, cuando Castro hizo grandes compras comerciales a Argentina, especialmente en el sector automotriz y que como siempre hasta el sol de hoy no pagó, quién sabe si ahora le pidieron a Cristina Fernández que mintiera bajo la promesa de que así el gobierno cubano llegaría a un arreglo para amortizar la deuda con su país. Me encantaría esa patriótica e incauta Cristina Fernández...

Pero, ¿habrá sido la presidenta argentina víctima de los chantajes sexuales con que el departamento KJ de la Seguridad del Estado cubana ha controlado a sus víctimas, todas ellas personalidades de fama mundial a las que por norma les revelan el video comprometedor a minutos de abordar el avión que les llevará de vuelta  su país —a menudo en el propio aeropuerto de La Habana—?

Ahí está la foto de ella con Fidel, que más parece una manipulación amateur con el programa de manejo de imágenes Adobe Photoshop, que una instantánea genuina. Ahí se ve al ocambo Castro, antítesis de la senectud tras espadearse con la muerte, alerta, con la vista fija en la cámara —mire al pajarito, comandante, por favor...—, vestido no un pijamas de convaleciente, sino con un carísimo mono deportivo Adidas que los cubanos no pueden adquirir, y bajo el cual quién sabe si se oculta una poderosa erección dieciochoañera y sin Viagra al simple roce de la mano de la sexy mediotiempo argentina que, para la edad del viejo verde, es una deliciosa muchachita. Castro está lleno de sorpresas. Castro no envejece... es intemporal, inmortal como el cangrejo o como Dorian Gray... longevo como el más parsimonioso de los galápagos... eterno como un highlander... es Zeus. ¿Qué le impediría ahora embrujar a la Kirchner y humedecerle las pantaletas como dicen que hizo a la Lollobrígida y a Barbara Walters en los '70? Ahí está él, incólume, irreducto e irredento ante las traiciones de su propio bajo vientre al que derrotó... ahí está él, todavía desbordante de testosterona, como un testículo nuevo, que mientras más arrugado, más hormonal y atractivo. Ahí está —observe la foto, please—, con un pecho plano y pleno, de pectorales deplegados como alas de una enorme mariposa de carne que envidiaría el pobre Michael Phelps, y cuya musculosidad se puede adivinar bajo el azul del tejido sintético de la remera. Ahí está Castro, el roble, la caoba, la ceiba centenaria de El Templete al pie del Castillo de La Fuerza en La Habana Vieja, que resiste la carcoma y el comején —un cursi periodista en Cuba le llamó con el nombre de otra recia madera, caiguarán—, recto como si llevara una cabilla en el culo, erguido como un chico de 20 años —¡qué bastón ni muleta!—, negando la tercera posición física del Enigma de la Esfinge en la ópera "Aïda" de Verdi, del ser que al ocaso camina en tres patas...

¿Y las manos? ¿Por qué no se ven las manos que, como el cuello, se niegan a falsear la edad? ¿Las santas manos arrugaditas, virtuosas, pecosas, de protuberantes venas verdiazules, con candorosas manchitas ámbar aquí y allá que todo venerable anciano tiene? Una mano, la derecha, está en el bolsillo, y la otra, oculta bajo la esmeradamente curada de la presidenta argentina. ¿Es ese el cuerpo de Castro o es una silueta de cartón como la de las ferias con un hoyo sobre los hombros a través del cual asomamos la cabeza?

Estoy hasta el último pelo de engaños, de ver a gente que habría de considerárseles respetables derretirse de admiración al lado de un violador consuetudinario de los preceptos de la democracia y, por si fuera poco, cooperar con sus falsedades.

Qué carajo importa. Ahí está Castro, caramba, el milagro de la ciencia, el hombre de más de 80 años que de repente expulsó más sangre por el ano que un cerdo tras puñalada en el corazón en vísperas de Navidad, y al que sin embargo los botellones de anestesia en operaciones de corre-corre no alteraron ni un ápice la claridad de su mente invicta. ¿Te creo, Cristina, o mejor quieres que te justifique pensando que te filmaron en HD en la supuesta intimidad de un hotel de protocolo en La Habana mientras............?