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OBAMA PERDIO EL DEBATE...
No por qué, sino cómo el titular perdió el duelo verbal ante su contrincante Mitt Romney, candidato por el partido republicano a la presidencia de Estados Unidos en la elección de noviembre del 2012.

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com,
y conductor del programa radial semanal AUTOMANIA,
domingos a las 12:00pm ET por WQBA 1140 AM ,
y de EL ATICO DE PEPE, de lunes a viernes a las 5:00pm,
por WAQI 710 AM, en Miami, Florida,
ambas emisoras de Univision America.

Posted on Oct.4/2012

El antológico ex alcalde de Hialeah Raúl Martínez, militantemente demócrata, anticipó en el programa A Mano Limpia del periodista Oscar Haza por el Canal 41 América TV, que el candidato por el partido republicano a la presidencia de Estados Unidos, Mitt Romney, como mejor debatiente, haría un papel superior al respecto que el titular Barack Obama. Lo dijo 48 horas antes del primer debate entre ambos contendientes por la Casa Blanca, que se efectuó en Denver, Colorado, en la noche del 3 de octubre del 2012. Terriblemente profético Martínez…

Desde la primera pregunta Obama, que a la larga habló más minutos en total que Romney e hizo peor uso de éstos, quedó por debajo de su retador. Romney estuvo gallardo, vigoroso, brioso, enérgico, coherente, rápido, fluido, preciso, fresco y, por momentos, aunque es un hombre de más edad que Obama (65 VS 51) se vio hasta más joven. Obama por su parte, para decepción tanto de partidarios como de detractores, se vio apagado, cansado, agotado, lento, tartamudeante, balbuceante, impreciso, divagante, ambiguo, incoherente, lleno de pausas en su discurso, y hasta ojeroso. Obama recibió más estocadas verbales de Romney de las que él pudo ejecutar y, lo peor, ni siquiera estuvo bien a la defensiva. Su presentación no fue el mejor regalo por el aniversario de bodas que pudo darle a Michelle…

Mucho antes que los 45 minutos nominales planeados para el debate llegaran tan sólo a la mitad, ya era patente que Romney ganaría más rounds que el actual presidente y que era, by far, mejor pugilista con las cuerdas vocales. Una vez concluido el enfrentamiento, ello se volvió una certeza y todas las cadenas de televisión y sus analistas, así lo admitieron. Los activistas de Obama vieron ganar a su candidato, lo cual es absolutamente normal en una campaña, no importa de qué lado se trate. Para eso son los activistas.

Desde el de 1960 entre Nixon, por entonces vicepresidente de la administración republicana de Eisenhower, aspirante a la Casa Blanca, y Kennedy por el partido demócrata, el primero televisado en la historia del país, los debates presidenciales crearon una nueva bestia: el de la percepción del electorado sobre el candidato. Aquella noche… Nixon perdió.

La inexperiencia de una televisión con apenas 12 años de vida, permitió que Nixon no se maquillara. Así, se le vio la siempre intolerable para el público norteamericano sombra de las 5:00pm de la barba, y su voluminosa frente de melocotón —y de hombre inteligente también— sudorosa. La pantalla en blanco y negro de aquellos tiempos aún de pobre definición, sin embargo con alevosa dedicación acentuó estas dos traiciones en el rostro de Nixon. Kennedy, por el contrario, como el mejor All American Boy, se vio juvenil y vibrante. Quienes vieron el debate en la TV, vieron ganar a Kennedy; quienes escucharon en la radio el debate, escucharon ganar a Nixon…

Cuando desde hace años, la televisión cuenta incluso hasta el parpadeo de quien se sienta ante las cámaras —by the way, Saddam Hussein era un heavy blinker—, la imagen que proyecta cada duelista en el debate puede abrirle o cerrarle la verja de la Casa Blanca. Importan los hechos puntuales y cómo cada expositor los presenta, explica, defiende, reta o rechaza… pero más que ello lo que cuenta es cómo lo hace. Y anoche, como una locomotora de vapor cuesta arriba, Obama perdió el resuello.

En la gráfica lineal de aprobación según verbo del orador de turno entre los votantes indecisos de acuerdo con el género, Romney resultó el favorito del público masculino, y arrancó más risas de aprobación en el saludo cuando replicó el chiste de la dedicatoria de aniversario de Obama a su esposa. Y en lo adelante, como siempre pasa, el que más energía tiene se recarga más de ella, y quien tiene menos, más la pierde. Anoche a Obama no le cambiaron las baterías…

A pesar de esto, definir a Obama como un pésimo orador no se ajusta a la verdad, y asegurar que es incapaz de hablarle a la gente sin teleprompter tampoco es factible. Obama es un buen orador —mejor que su antecesor Bush, por ejemplo—, con una hermosa voz de barítono que sabe matizar. Pero una cosa es dar un discurso o una conferencia, y otra debatir. Aquí Romney nada cuando Obama se empieza a ahogar. Y como se trata de una condición innata, será muy difícil que en el próximo debate el retador caiga por debajo del presidente en términos de expresión oral. Por otro lado, si en este debate centrado en la economía y los tópicos nacionales, Romney ganó, es fácil vaticinar que en un encuentro para discutir política internacional —el talón de Aquiles histórico de los demócratas—, volverá a noquear a Obama.

Que un dabatiente sea mejor que el otro no lo hace mejor presidente… pero sí lo puede hacer presidente. El debate presidencial tiene la función —¡la responsabilidad!—, de lograr que el votante indeciso termine por escoger su candidato. El votante esencialmente partidista va a votar siempre por su candidato no matter what. Pero aquél que apenas a un mes antes de acudir a las urnas no sabe por quién hacerlo, terminará votando por el contendiente que en la noche del debate le convenció con su discurso (más que sus razones).

A pesar de la victoria verbal de Romney la víspera, en la mañana del jueves 4 de octubre, todavía en términos generales Obama aventaja a Romney en la predilección entre la ciudadanía norteamericana, si bien se trata de un empate virtual en la mayoría de los casos porque la diferencia de 3 puntos —que equivale justamente al margen de error— así lo dicta. Pero esta mañana debe haber amanecido más luminosa para Romney que para Obama porque, de resultar éste último reelecto, esta vez ya sabe que no lo logrará del modo apoteósico con que barrió los votos electorales hace cuatro años para sentarse en la Oficina Oval. Y hoy, precisamente hoy por la mañana, Obama y sus asesores, tras los resultados del debate, deben estar muy, muy preocupados. Asesores a los que hoy Obama hizo trizas… o le hicieron trizas ellos a él: porque Obama no puede bajo ninguna circunstancia volver al podio el próximo 16 de octubre como lo hizo en la noche del 3. Obama no puede darse el lujo de nuevo de pasar todo el tiempo con la vista baja mientras Romney habla, lo cual no sólo da una pésima imagen de sí mismo, sino que es la muestra fehaciente de que estaba menos preparado que su contrincante, porque tenía que dedicarle más minutos a su notas y apuntes que el otro. Por eso, y no por otra cosa, es que se le vio tanto mirando hacia abajo y con el aspecto distante y alelado de quien está concentrado más en lo que va a decir a continuación que prestando atención a los argumentos de su rival.

Para lo que vimos el debate entre Bush padre y Bill Clinton en 1991 y nos quedamos con la desconcertante certeza de que el primero estaba harto de la Casa Blanca tras 8 años como vicepresidente de Reagan y luego como presidente él mismo, anoche nos visitó de nuevo ese fantasma. Obama sin duda está agotado en el octavo inning y quién sabe si no quiera ser reelecto. No lo parece según lo que dice él mismo o lo que aseguran los analistas, pero sin este background de información, para un extraterrestre de paso que anoche contemplara el debate, se habría regresado a su planeta hoy diciendo que allá abajo en la Tierra el actual presidente de un país que se llama Estados Unidos está desganado y no quiere serlo más.

El debate presidencial de anoche entre Mitt Romney y Barack Obama —y los que ocurrieron antes, y que Dios nos auxilie para que participemos de los que en futuro vendrán— son una privilegio de las democracias, y en particular de la democracia norteamericana, con el que no pueden soñar siquiera los victimizados esclavos de las tiranías que en el poder todavía reinan en el planeta por ahí. Y es sobre todo un ejercicio de imparcialidad ciudadana, un hermoso acto madurez para quienes de verdad tienen vocación democrática. Ver perder a su candidato predilecto —aunque, naturalmente, les disguste— o admitir según los hechos que éste fue derrotado en un debate, es un acto de equilibrio moral que le engrandece como cuidadano y le hace mejor.

Ser demócratas o republicanos no nos hace enemigos, apenas adversarios políticos sobre el denominador común de los grandes valores en los que se apoya la nación. Pero anoche Obama perdió. Y estos son los elementos de no por qué, sino cómo, perdió el debate. Nunca será un demócrata mejor demócrata que cuando reconozca con serenidad esta realidad, mientras a la vez, pueda hacer lo que pueda hacer para que la próxima vez gane su favorito el duelo oral más trascendente del país. God bless America.

 
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