CLICK HERE OR ON BANNER BELOW TO RETURN TO ARTICLES INDEX

 
GABRIEL GARCIA MARQUEZ
en su laberinto

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com,
y conductor del programa radial semanal AUTOMANIA
que se transmite cada sábado de 12:00pm a 1:00pm ET
por WQBA 1140 AM, y de EL ATICO DE PEPE,
de lunes a viernes de 5:00pm a 7:00pm ET, por WAQI 710 AM,
en Miami, Florida, ambas emisoras de UNIVISION AMERICA

Posted on April 19/2014


Nada tan mediocre y poco creativo como parodiar el título de alguna de sus obras para referir su fallecimiento.

Es lo que haré…

La muerte de Gabriel García Márquez pudo haber sido la crónica de una solapada cuando se mira el modo en que la prensa, sus familiares y amigos manejaron la última enfermedad del escritor y restaron importancia a su gravedad, desde su ingreso reciente a un centro hospitalario y posterior alta. Pero los más suspicaces siempre supimos que a los 87 años hasta un vulgar estreñimiento te manda pa’l otro mundo.

Enviaron a García Márquez a casa desde ese hospital en México para que ya se muriera en su cama.

En la tarde del 17 de abril del 2014 en el hemisferio occidental los despachos de prensa de las diversas agencias noticiosas comenzaron a citar la muerte del escritor. Temprano en la mañana también había fallecido —en un accidente en San Juan, Puerto Rico— el salsero Cheo Feliciano. Pero García Márquez era “un muerto grande”.

A diferencia de Estados Unidos que una vez ganada la adultez superó en todo a mamá Inglaterra, en pocas cosas Hispanoamérica ha rebasado a la Madre Patria, y una de ellas es la literatura. Poco a poco en el siglo XX, el continente del otro lado del Atlántico mirando desde Europa y donde se habla castellano, aventajó a España en el inventario de escritores y poetas, y en la monumentalidad de su obra. A una escalofriante por talentosa nómina de autores integrada por —y citamos aleatoriamente— Mario Vargas Llosa; Rómulo Gallegos; Isabel Allende; Juan Rulfo; Guillermo Cabrera Infante; Julio Cortázar; Carlos Fuentes; Octavio Paz; Jorge Luis Borges; Alejo Carpentier; José Lezama Lima; Laura Esquivel, y Jorge Amado —y hay más—, pertenece Gabriel García Márquez.

¿Qué él se sienta en el tope de la lista? Algunos piensan que sí… otros que no. Es difícil de determinar; entre tantas letras de oro, el fulgor ciega. Si se piensa en popularidad y volumen de obra, acaso sí. Si se piensa en la más elevada dimensión literaria, no; le superan Borges, Paz, Vargas Llosa, y Carpentier. Las letras más potables, aún magistrales en su retozo comunicativo, siempre descalifican ante las que como en la alquimia, los grandes literatos conducen a elaboraciones supremas que —qué paradójico—, son por lo general de lectura intolerable. Pero creemos que Márquez está en los 5 primeros.

Quizás en contraste con Martí —se hace oportuno recordar que no es contemporáneo suyo— que era un poeta enamorado que hizo periodismo, el colombiano es un periodista que hizo literatura aunque a veces parezca lo contrario, o que ambas cosas corren paralelamente en él. A pesar de lo enervante que resulta seguir el árbol genealógico de los Buendía —nuestro consejo es ignorarlo cuando se lee la novela— en “Cien Años de Soledad” y en otras piezas, García Márquez se mastica fácilmente. Parece que estás leyendo una historia arrancada de la revista Selecciones, aunque con un poquito más de fineza, me dijo alguien una vez. ¿Será que García Márquez fue el Hemingway en español?

Esté donde esté o quede donde quede en el escalafón literario del continente —y del mundo— la obra literaria de Gabriel García Márquez —Premio Nóbel de Literatura en 1982 además— permanecerá ya para siempre en el adorable silencio de templo de las mejores bibliotecas que atesoran a los grandes escritores, y usted puede apostar a que sus libros nunca se llenarán de polvo en los anaqueles de las librerías, porque serán comprados frecuentemente por lectores ávidos de sus historias y escritura, y a los cuales en la mayoría de los casos la política en cualquiera de sus direcciones —incluso indolentemente, reconozcamos— les importa un comino.

Y ya nos toca a la puerta la política…

Nada hay en este mundo que logre que impugne lo que escribió GGM, o lo demerite. Hace años que aprendí que la obra y los autores —no importa de cuál de las artes se trate— han de ser vistos como entes por separado. Lo mismo que el padre y el hijo. Mas llevo un asterisco con una nota al pie que me da derecho a la excepción: cuando el hijo repite los pecados del padre, o cuando el autor convierte a su obra en su propia tribuna ideológica, ahí hago una excepción. Y no fue García Márquez quien escribió “La Madre del Traidor”…

Asegurar que la política no está presente en la obra de García Márquez no se ajusta precisamente a la verdad, pero definir al conjunto de sus novelas como diáfanamente políticas tampoco es cierto. Si un extraterrestre que leyese español se llevase de vuelta a su planeta 3 ó 4 obras específicas de García Márquez sin haber tenido tiempo durante su visita aquí para conocer la biografía del escritor, no podría poner en claro en qué dirección ideológica marcha el autor y ni siquerar si tiene esa pose. Es probable que justamente su ópera prima, “La Mala Hora”, podría creerse que se trata de una sugerencia tangencial a la dictadura de Gustavo Rojas Pinillas, y por tanto considerarla una pieza de corte político.

El autor, como autor, se mantuvo durante un buen tiempo en una franja verdiazul, pero a partir de los años 70, a través de ciertas novelas y crónicas y reportajes, comienza a notársele más su inmersión en lo político y dejar registrado zigzagueantemente en lo que escribió el derrotero ideológico de su brújula. Ahí están para certificarlo “Chile, el Golpe y los Gringos”; “Operación Carlota”; “Periodismo Militante”; “El Secuestro”’ y “Viva Sandino”, entre otras piezas.

La geopolítica de la era en que García Márquez vivió, la bipolaridad ideológica del mundo, y las a menudo altas temperaturas de la guerra fría, no dejaban mirar a un lado a la intelectualidad del planeta, como sí pudieron hacer frívolos los pintores impresionistas franceses de a finales de siglo XIX.

So, ideológicamente hablando, ¿qué era García Márquez, un hombre o un escritor —por lo menos— de izquierdas?

No son particularmente sus letras, sino sus poses y asociaciones los elementos que perfilan políticamente a Márquez. Y no se necesita de mucho esfuerzo para notar que no caminaba por la acera de la derecha.

Como el río comenzó a sonar, en 1983 le preguntaron si era comunista y respondió: “Por supuesto que no. No lo soy ni lo he sido nunca. Ni tampoco he formado parte de ningún partido político”. Sin embargo, por sus proyecciones y juntaderas, el Departamento de Estado comenzó a negarle visa a García Márquez o a dosificar sus entradas a los Estados Unidos, hasta que personalmente Bill Clinton levantó la barrera. Pero en el prontuario político de Gabriel García Márquez aparece en mayúsculas y subrayada en rojo su amistad a prueba de fuego con Fidel Castro, y ya esto es suficiente como para que tenga que tolerar que le cuelguen el cartelito...

Cada quien, de quien le venga en ganas, tiene derecho a hacerse amigo. Pero también de cada quien es legítimo el derecho a sentirse ofendido por la amistad de otro con su enemigo. La gente tampoco ve con buena cara a quien fiestea con quien carece de buena reputación. Así que por eso hay que entender que el exilio cubano mire con ojeriza a Gabriel García Márquez, y también hay que comprender que quienes dentro de La Isla tienen vocación libertaria tampoco lo quieran y lo critiquen.

Digan lo que digan, o pensare lo que pensare García Márquez, Castro es un dictador.

Castro, aún desde su mecedora de ancianito y su irredenta colostomía, fue y es mientras viva, un dinosaurio político en un continente que luego de haber padecido dictaduras de todos los colores, comenzó a despertar a la democracia en los 80. Mientras, en toda aquella resurrección, él se exhibía irresoluto con su traje de militarote.

Para rematar, hoy de nuevo, sorprendentemente a través de la insospechada solución de las urnas —Chávez y su podrido sucesor; Ortega, Morales, y Correa—, el continente ha caído en mano de gobiernos izquierdizantes que, acudiendo a las avenidas legales que garantizan las sociedades libres, alteran la constitución para sostenerse indefinidamente en el poder, apelando siempre al eficaz para tales propósitos populismo. Y la partitura es escrita en La Habana castrista.

A diferencia de otros intelectuales del siglo XX contemporáneos con la Revolución Cubana que tuvieron intermitentes períodos de disensión con ella —y en algunos casos rupturas irreconciliables incluso de tipo personal con el mismísimo Castro— como Jean-Paul Sartre, Régis Debray o José Saramago (y hasta Vargas Llosa que muy a tiempo descubrió “la verdad” de la Revolución), Gabriel García Márquez, contra viento y marea se ha mantenido fiel y firme al lado del recordista tirano y sus políticas. Y así le sorprendió la muerte, avanzadamente octogenario. Para rectificar ya sólo le queda el Juicio Final por allá arriba… o por allá abajo.

García Márquez decidió pasar decenas de cordiales almuerzos bautizados por buenos vinos con el hombre que enlutó a su propio pueblo y lo aterró con la horrible guerrilla marxista colombiana, que inspiró y apadrinó Castro.

Dijo Márquez que su amistad entre él y Castro se basaba en la afición mutua por la literatura, que Castro es un hombre culto que lee mucho, y que hablaban de Ernest Hemingway, uno de los autores predilectos de ambos. Se supone entonces que —por ejemplo— para reivindicar sus palabras, García Márquez pudo haber intercedido por Reynaldo Arenas pero, ¡ay!, apenas pesa un detalle: García Márquez era muy mujeriego, Castro homofóbico, y Arenas maricón…

 

Mas allá de cuanto se afanó él mismo en edulcorar su relación con Castro y pintarla candorosamente de color melocón, la historia real nos demuestra otra cosa: El prontuario de apoyo de Gabriel García Márquez a Fidel Castro y su proyecto tiránico es tan vergonzoso como antiguo. Junto con Jorge Ricardo Masetti, que fue su primer director, Rodolfo Walsh, y Jorge Timossi, García Márquez fue fundador de Prensa Latina, la agencia noticias creada a imagen y semejanza del propio Castro en el verano de 1959 y que fue un surtidor de falseases, manipulaciones, informaciones tendenciosas y vector de propaganda ideológica comunista para el continente. García Márquez fue el corresponsal de PL desde Bogotá.

Si hay que hablar de periodismo en este caso sí definitivamente político en la máquina de escribir de García Márquez, este es el instante para declararlo como su minuto de arranque. Y ahí mismo comenzó ya enlodarse.

García Márquez fue arquitecto también de uno de los más grandes proyectos propagandísticos del gobierno de Castro, la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, y fue en Cuba donde imprimió y publicó por primera vez su novela “El Amor en Tiempos del Cólera”, en 1988. Además, Castro empleó varias veces a García Márquez como emisario y diplomático de misiones sensibles y confidenciales que no encargaba ni siquiera a los más altos niveles del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, como aquella operación de contacto con Bill Clinton, en la que privadamente él y Carlos Fuentes se reunieron a nombre suyo con el presidente norteamericano, y éste les pidió que le dijeran al dictador que confiara en él.

Fue Gabriel García Márquez quien escribió el prólogo de “Hemingway en Cuba”, de Norberto Fuentes, un consentido del régimen —hasta que luego cayó en desgracia—, palabras introductorias que, por cierto hay que reconocer, son mil veces mejores que el propio libro…

En los años '80, Gabriel García Márquez tenía una columna semanal en el periódico Juventud Rebelde —hay que subrayar que la única prensa que existe en Cuba después de 1959 es la oficialista—, media página en la parte baja de la hoja No.2 de la edición de los martes, pues encima aparecía una crónica del guionista cubano Enrique Núñez Rodríguez.

El querido Gabo, como le llamaban en casa y en Cuba —que a veces eran lo mismo—, cuando el caso Ochoa según relata Andrés Oppenheimer en su libro “La Hora Final de Castro”, le pidió al comandante que no fusilara a su amigo común, Tony de la Guardia. ¿Cuántos tiros le metieron al gemelo en el pecho?

Después que lo enterraron, Gabo y Fidel siguieron viajando juntos en el helicóptero Mi-8 del mandamás tropical a inaugurar a las 4 de la mañana, cual un par de chiquillos desvelados, una fábrica de quesos —como siempre, no para que los comieran los cubanos— en Camagüey.

La relación García Márquez-Castro es inexplicable, absurda e irracional. Acaso necesite de un psicoanalista para descifrarla. ¿Como puede alguien escribir “El Otoño del Patriarca” a partir de una crítica literaria a las dictaduras, y a la vez ser cúmbila de un tirano que parece ser el alter ego del personaje central de la novela?

Hay quienes creen que García Márquez, un hombre al que una buena falda ponía siempre en riesgo de perder el avión, es otra de las víctimas —tempraneras— del deshonroso departamento KJ de la Seguridad del Estado cubana, que chantajea con videos secretos a personalidades públicas, filmadas sin saberlo en episodios comprometedores a su moral y reputación —la mayor parte de ellos de índole sexual—, y que la propia policía secreta propicia con carnadas, para luego garantizarles discreción a cambio de convertirse en abogados o juglares de la Revolución en el mundo.

Otros piensan que García Márquez halló en Cuba el paraíso sexual con que solazarse, y cuyas aventuras le servían luego de bastidor para las elucubraciones eróticas de sus novelas.

¿Podría ser? Podría ser… y hasta quisiésemos que así hubiese sido porque a la larga se trata de una flaqueza humana para la que siempre hallaríamos comprensión. Sin embargo, el entusiasmo y la admiración que por Castro sentía García Márquez parecían ser más legítimos que fruto de una onerosa obligación. Qué patético es hacerle manitas a un dictador por puro gusto…

Castro es inmensa —y descaradamente, destacamos— más rico que García Márquez. Usamos el adverbio entre plecas contra Castro porque al fin y al cabo la fortuna de García Márquez él la hizo con su trabajo, mientras que la de Castro es ilegítima. Lo que queremos decir con esto es que aparentemente su adhesión a Castro no pareció nunca depender de lisonjas económicas ni de influencias a su favor en el universo intelectual, pletórico de izquierdas, propiciadas por el comandante. Y cada vez que no hallamos una razón “lógica” en el apareamiento de García Márquez a Castro, más doloroso se hace nuestro desencanto.

Pero quienes conocieron a García Márquez de cerca aseguran que el escritor adoraba a escondidas el poder, y que como Castro era un obseso por éste y un maestro en su obtención, ya que Márquez no lo consiguió nunca para sí, su recompensa emocional era estar lo más cerca posible de sus ejecutores y para eso, nada mejor que el Napoleoncillo del Caribe.

Lo más penoso de la muerte de Gabriel García Márquez —y tal vez este sea el párrafo capital de este artículo— fue que nos dejó con la ganas de haber sido él —y nadie mejor que él— quien magistralmente hubiese escrito la biografía final de Castro.

Alrededor de 1988 corrió en Cuba un folletín no impreso por ninguna editora grande sino probablemente por alguna de las “organizaciones” políticas del país (el “partido”, la “juventud”…) con una semblanza de Castro escrita por García Márquez, de la que conservo apenas retazos en la memoria. Uno de ellos es lo que arriba parece que fuese una cita figurada, lo de la inauguración de fábrica de quesos, pero no, tal episodio apareció en el librito. También, una desoladora descripción de Castro alelado, pensativo, dándole vueltas a la gorra con sus dedos, maquinalmente, en el asiento trasero de su limusina soviética Tchaika, en la que siempre tenía a mano una edición empastada y con letras doradas de “Por Quién Doblan las Campanas”. En ese retrato, Márquez dice que un pueblo eminentemente bailador, Castro no bailaba.

Cuando se terminaba de leerla, era fácil pensar que a Castro no le habría hecho ninguna gracia la descripción que de él hizo su amigo.

Ese folletín desapareció luego…

Pero de todos modos, aunque aparente o incluso al menos tangencialmente crítico, en ese perfil que con letras Gabriel hizo de Fidel, no había ni un solo reproche serio al déspota.

Igualmente, García Márquez escribió el reportaje “Operación Carlota”, que publicó en un número de la revista cubana Transportes en 1979, en una edición dedicada al cincuentenario de Cubana de Aviación. Operación Carlota fue la ilegal e irresponsable misión aérea a través de Cubana de Aviación, una aerolínea registrada como comercial ante la IATA, y con la cual Castro envió tropas y armamentos a la guerra de Angola en aviones Bristol Britannia, violando los presupuestos y regulaciones de la aviación civil y poniendo en peligro la vida de los tripulantes y ocupantes de cada vuelo y de quienes por sobre los cuales cruzaba cada uno de estas naves. Márquez, divertido, detalla cómo fueron instalados burdos bidones de 55 galones de combustible en la cabina de pasajeros para alargar el radio de acción del aparato. De nuevo, la narración no incluye ni la más mínima reprobación. Por el contrario, lo cuenta todo de un modo cuasi heroico, como en una novela de aventuras.

La relación personal entre Castro y García Márquez, no lo dude nadie, empobrece, mancha, denuesta al escritor, cuya estatura de intelectual no necesitaba de tan deshonrosa compañía. Pero ya es muy tarde para que tras la mala hora de su muerte, García Márquez pueda purgar los 50 años de soledades que Cuba ha vivido bajo Castro en los tiempos de la cólera y otros demonios, y de los que él participó. La existencia de Gabriel García Márquez es tan desconcertante en esta dicotomía pendular entre su obra y su proceder que, al morir, por una lado podemos decir que qué bueno que ahora sí que el comandante se ha quedado sin quién le escriba, pero por otro, qué malo, porque de su vida… ¿quién va a vivir para contarla? A lo mejor, las tristes putas maleconeras.

De poder enterrarlo en Macondo, allí y en ningún otro lugar mejor que allí, sobre la tumba de Gabriel García Márquez el epitafio ideal habría de rezar, alucinante como una ejemplar sentencia de lo real-maravilloso: Aquí yace un gran escritor que fue amigo de un gran dictador.