Para rematar, ahora corre por ahí un artículo resucitado, publicado en la revista TIME el viernes 10 de julio de 1964, titulado The Bitter Family (La Familia Amarga) que hace un sketch moral de Lina tan terrible que humilla con pena ajena no sólo leerlo, sino repetirlo.
Personalmente, aprendí a admirar a Juanita más temprano de lo que cualquiera sería capaz, siendo un niño, cuando junto a mi abuela en algunas desoladas noches matanceras escuchaba hablar de ella con fervor patriótico en “Cita con Cuba”, el espacio anticastrista de la Voz de América a principios de los años 60, que la perfilaba como una heroína. Juanita Castro, la hermana del tirano que antepuso la fidelidad a la patria a los compromisos morales que la sangre común impone…
Luego —he de reconocer—, he registrado los mismos movimientos pendulares que el exilio acerca de ella según zigzagueaba en sus posiciones, hasta convertirse en una pieza que a veces no encaja en un rompecabezas inconcluso y frustrante. Pero esto no demerita lo que hizo en Cuba contra una tiranía desgarradoramente cercana a ella.
Juana Castro es una mujer decente que merece respeto como toda dama, y últimamente la veneración que imponen los años. Y claro que es conmovedoramente justo que como todo mortal bien nacido luche por defender el buen nombre de sus progenitores. Pero los hijos solemos idealizar a nuestros padres hasta el punto de, como dice Francesca Johnson (el personaje de la novela y película “Los Puentes del Condado Madison”), verlos incluso como seres asexuales. Juana Castro tiene derecho a maquillar a su modo sus propias realidades y espejismos. Y por supuesto que a exigir respeto también.
El debate sobre la verdadera moralidad de la pareja Castro-Ruz podría quizás durar ad infinitum porque se carece en realidad de pruebas palpables en uno u otro sentido. Las ofensas y las defensas de ambos lados son todas ORALES y no de otro tipo y por tanto, como en un alucinante tug of war emocional se anulan mutuamente por turnos, a pesar de que Carlos Alberto Montaner en el prólogo del libro alude la carencia de evidencia tangible como la certificación concluyente a favor de Juanita.
En realidad, las dos razones fundamentales de la existencia de este libro esgrimidas en dueto por Collins y Juanita, paradójicamente lo empobrecen. La primera razón, el “bombazo” de la membresía de Juana Castro como la agente Donna a la CIA. La segunda, limpiar el honor manchado de quienes le dieron la vida.
La revelación de Juanita en tanto que agente de la CIA no ha parecido tan relevante ni explosiva a quienes no lo sabían —algo así como un globo muy inflado—, mientras que los otros que aseguran que tenían conocimiento de ello, se han sentido timados.
Es una pena que María Antonieta Collins, tan abrumadoramente bella como inteligente haya incurrido en la chapucería de estimular la venta del libro con un sensacionalismo folletinesco digno de un promo de capítulos finales de la peor telenovela, para atrapar a la gente con la revelación de un secreto subsecuente insípido y hueco como el algodón de azúcar, así como imaginable e increíble a partes iguales. Anyways, eso no merma mi respeto por su exitosa carrera, aunque me entristezca el error, especialmente por incoherente con su trayectoria seria.
Ante la incapacidad de escribir ella misma, Juanita Castro no tenía que haber llamado a la personalidad mexicana, o a un ghost writer para procrear en conjunto un libro que le recompensara con el desagravio. Con ganar la demanda contra el libro autobiográfico de Alina, como ocurrió en el verano del 2005, bastaba.
Juanita Castro probablemente todavía no entiende ahora que sus memorias dictadas a mano ajena habrían sido tan válidas de ser publicadas, sin tener que apoyarse sobre un par de fundamentos traídos por los pelos. Juanita, como una verdadera Castro, es y va quedando ya como una valiosa fuente testimonial desde la oposición, de una familia que todavía tiene muchos candados por abrir. Qué maravilla que Juanita descerrajara tan sólo algunos de los cajones privados de Birán sin que la catapultara el agravio.
Juanita Castro y María Antonieta Collins con este libro, quizás sin darse cuenta, como es la tónica actual aunque acaso por carambola, han abierto otra campaña de relaciones públicas para Raúl, “el hermano bueno”, del que ahora nos enteramos que candorosamente le llamaban “Muso”. Y que afligido y hecho un mar de lágrimas acariciaba la cabellera de su madre muerta. La mejor definición que he escuchado sobre Raúl Castro es la que hace Enrique Encinosa, que lo compara con el personaje de Fredo, el hermano de Michael Corleone en “El Padrino”. ¡Oh, For President el llorón que fusila!
Y, hablando de dualidades, lo mismo ha pasado con la sospechosamente coincidente exposición a los medios de la recién revelada hija ilegítima de Fidel Castro —¿habrá más?— de un amorío en las sombras con Micaela Cardoso por allá por 1950, Francisca Pupo, que no quiere hablar mal del pseudo-padre porque la premió con una Luna de Miel en La Habana. Esto no hace otra cosa que delinear una perversa intención de contrastar una bastarda buena contra una bastarda mala, en un clan al que más le vale no tocar la legitimidad de sus vástagos.
Las torceduras de la familia son de raíz y así como los Kennedy llevan esa pátina de tragedia, los Castro llevan la suya de turbieza. El diferendo Juanita-Alina es otra especia para el caldo…
Alina no merece más cólera de parte de Juana Castro que la que ésta habría de dedicar a sus hermanos hacedores de quebrantos y tristezas y, a la larga, los únicos causantes —especialmente Fidel— de la pésima imagen de sus padres, como ella asegura, infundada. Si apenas una decena de oraciones de las miles que tiene el libro de Alina merecieron una demanda y un libro de Juanita, ¿con cuántas demandas y cuántos libros de varios tomos habrían de emplazarse las 5 décadas de crímenes de Fidel Castro que, para colmo, ahora lega con el índice a su hermano Raúl? El desbalance es muy grande y eso descalifica la publicación del libro en tanto que su motivación es el oprobio.
El gran difamador de la familia Castro-Ruz no es Alina, ni las decenas de investigadores, historiadores, analistas, escritores y periodistas que, cual puestos de acuerdo y quizás festinadamente según afirma Juanita, pintaron un óleo amargo de su mamá y su papá, sino Fidel.
Juanita tiene razón nuevamente —hay que admitirlo—, cuando dice que el origen de todo esto es el odio a Castro. Nunca he creído como justa la máxima de que the sins of the father are the sins of the son, ni viceversa. Cada quien es un ente per se y para sí, y asiento de sus propias miserias, no importa si heredadas o legadas. De modo que es incorrecto lanzar lodo a Ángel Castro y a Lina Ruz por la ojeriza que se le pueda tener al monstruo que sin querer a lo mejor en una inusualmente fría noche oriental engendraron.
Castro —Fidel—, comenzó fracturando su propia familia con una cuña ideológica y terminó desmembrando la colectiva de Cuba y cada una de ellas en particular. Fidel Castro arruinó su matrimonio con Mirtha Díaz –Balart y la vida de Naty Revuelta como cuando el rumbo de una bola de billar es dramáticamente alterado por el embate de otra; mató a su madre de disgustos; logró que una hermana conspirara contra él y se exiliara; mantuvo en el más ofensivo de los anonimatos hasta el otro día a Dalia Soto del Valle —su esposa y madre de la mayoría de sus hijos—y, por si fuera poco, hasta interrumpió romances faranduleros de algunos miembros de su élite de poder con mujeres que pudieron ser las definitivas en sus vidas. Y si de existencias adúlteras entre un anciano y una jovencita en torno a un fogón con la complicidad de un cucharón de sopa se tratara, el chisme sin testigos terminó desbordándose como una maldición social generalizada en el patético fenómeno de las jineteras cubanas, chiquillas que venden su cuerpo por hambre a vejetes extranjeros lujuriosos.
Juanita Castro ignora —¿también María Antonieta Collins?— que su libro, lamentablemente, no cambia nada de la historia de sufrimiento de la Cuba castrista cuya existencia ya rebasa el medio siglo.
En el programa de Haza, Juanita dijo que ama a sus hermanos. Bien. Y María Antonieta Collins, que a menudo sirvió de intérprete de sus emociones, explicó que la ideología y no el odio es el elemento antagónico entre Juanita y Fidel Castro.
¿Es entonces la ideología lo que separa las existencias de Alina y de Juanita, no cabría preguntarse pues?
Ahora está por ver cuánto durará el fulgor de esta obra. Todavía le queda un último orgasmo de popularidad inminente en tanto que estertor durante la Feria del Libro de Miami, a las narices en el instante de redacción de este artículo. Luego se apagará y no veremos una tercera edición en largo rato, en contraste con lo apresurado de la segunda por la venta de suceso del primer día. Perspectivamente tendrá más valor que ahora, cuando todo el mundo olvide sus dos motivaciones principales: la recuperación de la dignidad herida de los Castro-Ruz y la revelación de Juana Castro como ex–agente de la CIA. Entonces quedará como otro texto de consulta para asomarse un poco a algunos bolsones de las interioridades de los Castro en Birán, y servirá para mirar con el cristal de Juanita un momento de la historia de Cuba, en su calidad de protagonista.
El libro —penoso pero probable— a la larga también podría fracasar en su empeño de blanqueo. Como una gota de agua en el mar, tiene que desafiar toneladas de tinta y papel empeñados por años y años en contar antes, ahora y después la historia que Juanita quiere desmentir. Y qué de la diseminación verbal. No importa cuán infame sea lo que se ha dicho o escrito, mas de un mito se ha vuelto realidad. Juanita lo que puede es estar tranquila: cumplió con su compromiso de hija abnegada de salir a defender la honra de sus padres.
A lo largo de 15 días nadie ha debatido con Juanita, sólo le han dado la oportunidad de expresarse. Es probable que se trate de un ademán de respeto a su edad y su moralidad. Aunque cojo, es válido. Pero más allá de las satisfacciones del alma que le pueda retribuir una segunda rehabilitación de la virtud de sus padres esta vez a través de la literatura o, por el contrario, de no haber logrado este propósito como doblemente consiguió, insistimos de nuevo en que lo terrible aquí es la existencia de Fidel Castro en tanto que verdugo de los destinos de La Isla por más de 50 años. No vamos a obviar la significación que para Juanita encierra su doble triunfo, según su perspectiva, de la verdad sobre la infamia. Pero me decía acertadamente una amiga que, qué importancia puede tener a nivel histórico que alguien logre demostrar como falsedad la condición de alcohólico del padre de Adolfo Hitler.
“Fidel y Raúl, Mis Hermanos…” es la guerra privada de Juanita con pluma prestada contra un ofensor selecto de los muchos que pudo o debió enfrentar con las letras y las cortes para lavar lo más querido de su círculo filial. Sus memorias son necesarias; las motivaciones para su publicación como fundamento de ellas, well, no tanto…