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CONTINUACION del REPORTAJE
del OASIS of the SEAS

La pieza es un poco apretada, pero lo suficientemente humana para una pareja. Además de la cama agrega un sofá, un vanity con silla, un closet, y el baño. Estamos bajo la impresión que nuestro camarote en el Navigator of the Seas era más amplio, pero sólo una consulta de los pies cuadrados nos dirá la verdad.

El baño también es medio crampy. El área de la ducha está encapsulada en un módulo tubular que no permitiría bailar Stayin' Alive al John Travolta de Saturday Night Fever, pero en la que, por otro lado, Houdini estaría a sus anchas. Las puertas son opacas para más privacidad, con una ingeniosa textura de salpicaduras de agua que a primera vista parecen reales. Incluye dispensador de shampoo, que va por la naviera. Pero la jabonera, una parrilla de barras espaciadas en una sola dirección es muy mortificante porque entre ellas a menudo se escapaba el jabón y otros útiles de aseo y acicalamiento.

El televisor está sujeto a un bracket articulado que permite acomodarlo en distintos ángulos, y que favorece la visión desde la cama. Por lo menos para este servidor, el sector culminante del camarote es el balcón.

Al igual que con el Navigator, recordamos el de éste más amplio, pero quizás se trate otra vez sólo de percepción. El piso está recubierto de un material que simula corcho y cuyo propósito —suponemos— es evitar la quebradura de recipientes de cristal en caída. Hay allí una mesa y dos sillas. Los paneles debajo de la baranda son de cristal, de manera que la contemplación del mar es absoluta. Este panel llega además hasta el piso del balcón, así que no hay que preocuparse de que las pertenencias puedan irse por la borda.
Nuestro camarote era especial porque es el primero en que el costado del barco protubera, de manera que nos permitía una visión en proyección hacia adelante única.

Este tipo de cabina que mira afuera no es la preferida de las personas que se marean contemplando el paso de las olas, pero sí la nuestra. El Oasis ofrece la alternativa, como ya hemos visto, de acomodarse en un camarote expuesto al Central Park o al Boardwalk, más del agrado de quienes se marean.

Para las personas que van a disfrutar a todo dar del barco, ésas a las que el camarote sólo les importa para las necesidades esenciales, ducharse y dormir, resultan más recomendables las cabinas ciegas, interiores, que cumplen muy bien la función básica de hospedaje, y a su vez son mas asequibles en costo. Para la gente de más poder económico que deseen un crucero de alto vuelo, las suites son la alternativa dilecta.

¿Y cómo es el ingreso y la salida del barco? Para un navío con tan monstruosa capacidad de pasajeros, el acceso fue rapidísimo, gracias a un gran número de mostradores que procesan con eficiencia a los viajeros en la terminal de embarque y desembarque de Port Everglades.

El manejo del equipaje fue igualmente eficiente. Escuchamos que es casi improbable el extravío o tardanza de valijas, que uno entrega fuera, antes de abordar. Los maleteros van dejando en el pasillo frente al camarote de cada quien el equipaje, proceso que termina antes de la partida del barco. Y si usted es un primerizo desconfiado, nada tiene que temer: nadie le robará su maleta.

Eso sí, hay un severo control de subida de bebidas alcohólicas. No intente enmascarar whiskey en un pote de champú… lo detectarán, aún dentro de la maleta.

A diferencia del crucero que anteriormente hicimos en que pagando una penalidad se podía llevar al camarote la botella comprada en la licorera del buque, en el Oasis prevalece la regulación que únicamente permite acceder a la compra la víspera del final del viaje.

Y estas severas regulaciones lo son también en el acápite de seguridad en nuestros días de amenaza terrorista. La integridad del buque se observa con ojo de águila. Y no sólo ante la eventualidad de un atentado, sino en el control de substancias u objetos que podrían ocasionar un accidente. Por ejemplo, a diferencia de las habitaciones de los hoteles del mundo, no hay planchas en los camarotes… ni se puede llevar una. Es una estricta regulación anti-incendios. Ignorábamos la prohibición. A mi esposa le detectaron la plancha en su valija. La extrajeron de allí y la retuvieron justo hasta el minuto último de abandonar el barco… ya fuera de éste… lo que, por otra parte, condenó a ominosas arrugas su vestido de noche, que primorosamente plisó la tintorería del Oasis. En el Oasis, si Dios aprieta, también ayuda…

En los diversos puertos de escala, la salida y la entrada al buque también es expedita. La tecnología trabaja a favor de ello. La tarjeta de identificación es pasada por el escáner en la escotilla del barco, lo que autentifica con precisión al pasajero, en la doble función de, uno, garantizar la seguridad del navío impidiendo el paso a desconocidos y, dos, no entorpecer el tráfico del vacacionista. Mas, esta tarjeta, semejante a una de crédito, es la que sirve para todos los pagos y consumos en el crucero —es imposible usar cash a bordo—, a la que se conecta a voluntad del pasajero una de crédito o la personal del banco. Esta tarjeta también se emplea para identificar la cuenta de fotos que nos toman los fotógrafos del barco durante todo el viaje.
Y ya que tocamos las fotografías: sobran los fotógrafos durante toda la travesía, dentro del barco y en tierra en las escalas, siempre solícitos y amables, para que cada turista se lleve una impresión profesional en colores de momentos para recordar. Mas nos pareció que comparado con el Navigator, el empleo de backgrounds con escenas artificiales fue casi nulo, y que los fotógrafos se apoyaban más en la decoración del propio buque. Y aunque todavía en el salón de recogida de las impresiones hay un par de paneles en la pared donde encontrar nuestras fotos buscándolas con la vista, esto va siendo ya cosa del pasado porque gracias al sistema de código de la tarjeta de identificación que los fotógrafos pasan por un registro electrónico cuando retratan, las instantáneas va a para a folders numerados que esperan en gabinetes rotatorios. Con el auge de la fotografía digital, también se ofrecen a los clientes CD’s con las imágenes.

El desembarco, como anticipamos arriba, fue igualmente ágil. Para nuestra sorpresa, estábamos fuera del crucero antes de las 9 de la mañana, con maletas y todo —que dejamos frente al camarote antes de las 11 de la noche según lo exigido por las reglas; otra vez, no se muerda las uñas, que nadie se llevará su valija— y que encontramos fácil y rápidamente en el edificio para el equipaje en la terminal de Royal Caribbean. Una atenta brigada de maleteros le ayudará a llevar su cargamento hasta su carro.

¡Ah, el carro! Si no tiene quien le lleve hasta la terminal el día del viaje y le recoja luego a la vuelta, puede dejar su auto en el enorme estacionamiento protegido —aunque a la intemperie—, aledaño al espigón… pero al volver a casa tendrá que pagar unos $100 de estadía.

Desgranemos ahora del viaje como tal.

Alrededor de las 5:30 de la tarde el barco lanzó su primer sirenazo independiente seguido de tres más, indicando que iba a partir.

La partida de Port Everglades carece del glamour del puerto de Miami, que ofrece la visión de las islas de millonarios con sus mansiones espectaculares, donde tal cual sucede en Star Island, viven celebridades como Gloria y Emilio Estefan. También, en la banda de estribor, se aprecia Fisher Island, un territorio en el que tienen propiedades gente tan acaudalada, por ejemplo, como Bill Gates. El puerto de Ft. Lauderdale, en cambio, es más industrial…

Tras ingresar al canal de salida del puerto que mira al Este, ingresar en el Atlántico y torcer hacia el Sur, minutos después veíamos el skyline de Miami desfilar a nuestra derecha. Era nuestro primer día —en realidad, nuestra primera noche de travesía.

El barco emprendió una ruta hacia el Sur durante toda la noche.

En las primeras horas de la mañana, sobre las 7 am, cruzábamos frente al faro internacional de Cayo Paredón, en el archipiélago de Sabana-Camagüey, frente a la costa Norte de Cuba, cosa que, por razones personales, siempre nos resulta extremadamente emocionante.

Ese primer día estaríamos totalmente en el mar, lo que nos permitiría familiarizarnos con el barco. Al amanecer del lunes 28 de junio, al abrir los ojos y descorrer la cortina del ventanal del camarote hacia el balcón, nos encontraríamos con la bella visión de Labadee, una bahía decorada por una playa, en el Norte de Haití. Tras un magnífico desayuno en el Windjammer, desembarcaríamos allí por segunda vez.
Labadee ha cambiado mucho desde nuestra última visita, justo a bordo de otro crucero de Royal Caribbean. En primer lugar, este mastodonte en que viajamos, pudo ser apareado y atado con cabos a un espigón, de modo que, para desembarcar, no tenemos que hacerlo a bordo de un tender o barcaza como nos vimos obligados a hacer antes.
Pero no sólo esto. Labadee, ofrece una de las playas más recompensadoras a que se pueda aspirar, y este es un criterio de un hombre que gracias a su origen cuenta con un paladar especial para medir las virtudes de una franja de arena que besa el mar.

Las opciones de diversión de Labadee rebasan las de la mera playa, representado la atracción suprema su nuevo Zip-Line, a 500 pies de altura, el mas alto y largo del mundo sobre el mar.

Como parada marina, en Labadee se pueden practicar muchas excursiones y actividades acuáticas. El tiempo estuvo perfecto.

Labadee ahora ofrece una especie de boulevard rústico donde se puede adquirir todo tipo de artesanía local.

Al filo del atardecer, el Oasis leva anclas y reanuda el viaje, camino a Costa Maya, en Belice. Costa Maya, por el momento, es una escala circunstancial de este crucero en tanto terminen las obras del espigón de Ocho Ríos en Jamaica. Desconocemos si no para en Gran Caimán como otros buques de RC por las mismas razones. La tendencia ahora es no usar más barcazas de traslado.
Desde poco después de la medianoche, en la casi línea recta perfecta que describe el barco entre Haití y Costa Maya, cruza frente a toda la costa Sur de Cuba, pasando frente a Santiago. A partir del amanecer y hasta más o menos las 8 de la mañana, termina de recorrer lo que le resta de la visión de la Sierra Maestra, hasta uno de los tres extremos de Cuba, Cabo Cruz. Este es el tercer día del crucero, y estaremos todo el tiempo en el mar.

En la noche, alrededor de la hora de la cena —la nuestra era la del segundo y último turno, a las 8:30pm—, la mar empezó a picarse porque comenzábamos a entrar en la estela del huracán Alex, que iba delante de nosotros, también camino a México. Esa fue la noche que disfrutamos del show con la música de The Four Seasons, y como el teatro está más próximo a la proa, el cabeceo del barco se hizo más perceptible. Pero era poca cosa, pues atendiendo a la fuerte marejada —en incremento durante toda la madrugada y luego a la mañana siguiente hasta olas de unos 10 pies como escuchamos decir— el barco debió moverse más. Mas la talla del leviatán disolvió los empellones del mar de leva que de seguro otros cruceros de inferior tonelaje y medida que navegaban el área, lanzaron a sus pasajeros en brazos del mareo, las naúseas y algo más.

Alex no nos dejó desembarcar en Costa Maya…

La derrota contemplaba arribar a Costa Maya al día siguiente sobre las 12:00pm. La mañana estaba decorada con una marea más revuelta que la de la víspera. Con nuestro destino a la vista, el capitán del barco anunció por los altavoces que las autoridades portuarias de Costa Maya recomendaban no atracar, pues la marejada era alta y podría afectar el casco del barco contra el muelle. En la imagen a continuación intentamos hace ver cuán fuerte era la marejada, pero el barco es tan grande y tan alto que la foto hace poco honor a la realidad.
Según la bitácora en la pantalla del camarote, se registraron vientos por encima de los 40 nudos.
Continuamos ruta pues a Cozumel, en el Estado de Quintana Roo, México, adonde arribamos la mañana siguiente.

La isla ofrece una diversidad de excursiones —playa incluida, como hicimos en otras visitas nuestras en anteriores cruceros—, una gran parte de ellas basadas en vehículos a motor como los divertidos Dune Buggies y Rhinos, pero en nuestro caso preferimos the real thing, así que alquilamos para la familia un número de Jeeps Wrangler para recorrer la isla —nos advirtieron que no podíamos hacer actividad off-road—. La parada más interesante de todas fue en el Faro Celarain.
El faro Celarain está ubicado en el Parque Punta Sur de la isla y es probablemente su punto cúspide de atracción. La entrada está al pie de un curioso bar rústico llamado Rasta’s, que celebra a Bob Marley, cuyo techo interior, como es típico en la zona, está decorado por camisetas que donan los propiso turistas. La entrada —que allí consideran una donación— es de $10, lo que mediante una manilla de plástica que en lo adelante el visitante llevará en la muñeca como autorización, provee permiso para pasear por allí.
Un terraplén de unas 2 millas que corre paralelo al litoral conduce al faro, pero antes de llegar a éste se disfruta de la naturaleza del área con pantanos, arecifes y vegetación de costa.
La Tumba del Caracol, una reliquia Maya, puede ser visitada en camino allá (debajo):
El faro tiene 34 metros de alto y se puede subir hasta su cúspide —127 escalones— para contemplar el fresnel.

Aledaño, hay un breve pero interesante museo naval.
Nuestro recorrido fue un loop de casi 80km...

En esta vuelta a la isla pudimos refrescar en los bares-restaurantes que se hallan en la ruta, todos junto al mar, en uno de los cuales degustamos un seviche.
Posteriormente hicimos otra parada en el pintoresco Señor Frog.

La última escala sería en el recodo de Santa Cecilia, donde por una pequeña propina se puede montar un apacible cebú que es atracción para los turistas o tomar una gaseosa en el restaurant rústico Señor Iguana.

Y naturalmente, se puede comprar artesanía y souvenirs en todo el camino, y si no, pues en el enorme mall del puerto antes de subir al barco —a propósito, le recomendamos una visita al Museo del Tequila allí.

Al final de la tarde estábamos de regreso al barco no sin antes dar una manejada por la ciudad.

El Oasis of the Seas levó anclas por última vez al atardecer, pero minutos antes pudimos ver zarpar a su hermano menor, el Grandeur of the Seas, anclado a la sombra de la monumentalidad de nuestro Oasis.
La próxima jornada sería toda en el mar. Al día siguiente sobre las 3 de la tarde cruzábamos paralelamente frente a La Habana, que se observaba brumosa y distante en el horizonte. Al amanecer, abriríamos los ojos ya en la Florida…

 
Valoración final del
OASIS of the SEAS:

El barco como tal, es una maravilla. Su acabado es del más alto nivel arquitectónico. Por más que uno se afane, no hay modo de hallar evidencia de que se está a bordo de una embarcación. En nuestra última visita a un crucero de porte de la competencia, hecho en astilleros italianos, hallamos a ojos vistas en la cubierta de la piscina y en los balcones soldaduras desnudas y cañerías que denunciaban su factura naval.
La terminación exquisita ya la venía ensayando Royal en la serie Voyager, sólo que el Oasis la ha elevado al peldaño supremo. Únicamente en el balcón encontramos tubería expuesta para la cablería de la iluminación y aún así su enmascaramiento merece aplausos (foto encima). Dentro, por sólo mencionar un caso: en el restaurant… es como si se estuviese en uno de la ciudad, especialmente si nos sentamos en una mesa lejos de las ventanas, que la visión a través de éstas es lo único que recuerda que vamos sobre las olas.
Y ya que mencionamos la ciudad: cuando me llegó la información preliminar del Oasis y vi sus primeras imágenes… hmmm, no me sentí muy a gusto. Se supone que uno aborde un crucero de esparcimiento justo para disfrutar del mar y de un barco y dejar la urbe detrás, no para llevarla a cuestas. ¿Cómo podría sentirse pleno pues un vacacionista común a bordo de un barco que parece una ciudad flotante, caminando por bulevares, tablados y un parque central escoltados por camarotes que, más que parecerlos, simulan condominios? Mi juicio fue exagerado. Es cierto que a bordo del Oasis hay bastante de ese feeling, pero no es total, y mucho menos desagradable. Terminé disfrutando una sensación de la que a priori desconfié.
¿Es de verdad grande, el más grande, el Oasis? Sí. Se ve y se siente dentro y fuera. Acudí al puerto el día de su llegada y ya en lontananza se veía descomunal. Nos sorprendió como rebasó en altura a los edificios de la punta del canal de entrada al puerto. Después acudí a ver su partida alguna vez desde la esquina del puerto y desde la cercana Dania Beach también y nada se le compara. El día de nuestro viaje, según nos acercábamos al puerto admiramos su talla… pero la mejor oportunidad para medir su monumentalidad ocurrió en Cozumel cuando le vimos anclado junto a otro buque de la compañía, no pequeño, por cierto. ¿Y es bueno que sea tan grande? Vamos por partes…

Sin la autoridad que habría de tener un ingeniero naval, simplemente como pasajeros el barco nos pareció una maravilla marinera que, ignorantes, atribuimos a su tamaño. Tras dejar Cabo Cruz —la punta Oeste de la costa Sur de Cuba— el martes 29 de junio temprano, y adentrarnos en el Mar Caribe, comenzamos a navegar en la cola del huracán Alex, de modo que la mar empezó a tornarse gruesa y los vientos rebasaron los 40 nudos como ya comentamos encima; escuchamos que ensartamos olas de hasta 10 pies —quizás más…—. Estas condiciones se acentuaron en la noche y al día siguiente, cuando poco a poco nos fuimos montando más y más sobre la resaca y el mar de leva cual postdata de Alex. En todos esos momentos, el barco, muy de tarde en tarde —desconocemos el ángulo de ataque a las olas— reflejaba unas sacudidas leves “de borracho”, que sentimos a la mesa en la cena, después en el teatro —que está cerca de la proa—, y a la tarde siguiente cuando a consecuencia del vaivén, estando en la piscina, nos acometía una divertida ola generada por el cabeceo de la embarcación. Esta marejada, en un barco de menos eslora y tonelaje de seguro habría convertido en miserable la travesía a los pasajeros.

En breve entrevista que le hiciéramos al capitán Thore Thorolvsen* —que celebraba justo esa semana 40 años con la compañía en la que comenzó en el Song of Norway—, éste nos dijo que el Oasis of the Seas es capaz de supervivir un huracán categoría 5. El capitán, que viene del Jewel of the Seas, nos reveló que en la prueba de estabilidad de rigor que él tuvo que hacerle en su momento al Jewel, consistente en un giro total a babor a la máxima velocidad del navío, éste escoró 12º. En ensayo semejante, El Oasis inclinó sólo 4…

*(Cuando le pedimos al capitán que definiese al Oasis con una sola palabra, éste nos dijo que, ¡asombroso!)

Sin discusión, el tamaño del barco redunda en estabilidad y eso es una característica sinónimo no sólo de comfort, sino de seguridad, que valoramos. Mas en cuanto a esa talla apareada a capacidad de pasajeros, nuestro paladar agradece menos de ella. No podemos decir que el Oasis estaba hacinado, pero en un par de ocasiones tuve que emplear las escaleras porque los elevadores estaban atestados. En cuanto a reservar excursiones en los puertos de escala, hay que hacerlo tempranamente porque las capacidades se agotan. Y aunque la cocina y los camareros manejan bastante bien la atención sobre todo en la cena que es cuando el espacio se colma, sentimos que de no ser tan grande el servicio podría ser más expedito.
¿Hasta cuándo van a crecer los cruceros… continuará esta tendencia de escalada como cuando la carrera armamentista? El capitán del Oasis cree que este barco está al borde del tope y que navío más grande lo mismo en talla que en número de pasajeros ya no resultaría práctico. Este servidor opina tal cual y cruza los dedos porque se detenga esta estampida, que podría acabar con la magia de un crucero.
En cuanto a seguridad, afortunadamente sí no hay que desconfiar cuando se mira la cantidad de pasajeros. El Oasis dispone de 18 barcazas salvavidas con la capacidad récord en la industria de 370 asientos. En caso de naufragio, todos los pasajeros y tripulantes tienen acceso a salvavidas y a estas lanchas, ingeniosamente ubicadas en dos líneas de 9 en ambas bandas, hacia fuera, de manera que no interfieren con la circulación de los pasillos laterales.
El Oasis of the Seas es un emporio de satisfacciones que se lucen en los detalles. Como esta especie de viewmasters en tercera dimensión que se hallan en los pisos para alegrar más aún la vista:
Igual ocurre con las ingeniosas figuras que los camareros de los cuartos hacen con las toallas y con las que uno se encuentra al regresar a dormir.
En el Oasis, a pesar de su talla es imposible extraviarse. existen infinidad de planos bien expleicitos que siempre le ubican a uno.
Además, unas pantallas grandes, interactivas tipo touch-on y a las que los pasajeros han bautizado como el i-Phone gigante, siempre llenan las necesidades de localización y de actividades:
Obviando la cantidad de pasajeros —como hecho nominal, porque en realidad no es óbice para su funcionamiento—, viajar a bordo del Oasis of the Seas es una experiencia recomendable, memorable, que vale la pena. A bordo de este coloso sobre las olas hay para todos los gustos y a todas las horas.

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