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Aunque el disidente cubano Oswaldo Payá Sardiñas haya muerto como consecuencia de un común accidente de tránsito, el gobierno de los hermanos Castro es, de todas maneras, culpable de su fallecimiento. Culpable ya por el simple hecho de la sospecha; culpable por haberle acosado y amenazado; culpable por haberle disminuido en la sociedad; culpable por haber condenado a la ilegalidad a un hombre que sólo reclamaba pluralidad de pensamiento y, en el último caso, culpable por el pésimo estado de las calles y carreteras de Cuba que cada año arrebatan la vida a decenas de conductores y pasajeros.

Como Zola... yo acuso al totí.

 

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com,
y conductor del programa radial semanal AUTOMANIA,
domingos a las 12:00pm ET por WQBA 1140 AM ,
y de EL ATICO DE PEPE, de lunes a viernes a las 5:00pm,
por WAQI 710 AM, en Miami, Florida,
ambas emisoras de Univision America.

Posted on Aug.2/2012

Ilustración fotográfica del autor/

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Primero, dos palabras sobre el totí.

Sin sumergirnos mucho en la ornitología, el totí (Dives atroviolaceus) es un ave negra abundante en Cuba, de la familia de los córvidos, que parece un cuervo. Inquieta, nerviosa, desconfiada y ladronzuela, pica furtivamente… y acaso por eso la culpan de todo.

Existe en La Isla el viejo refrán de “la culpa la tiene el totí”, que es la versión abreviada del original "todos los pájaros comen arroz pero la culpa la carga el totí", y que sirve para definir un episodio en el cual a alguien o algo le atribuyen pecados ajenos.

Según cuenta el insigne folclorista cubano Fernando Ortiz en su obra Catauro de Cubanismos, la frase es originaria en los tiempos de la colonia cuando los amos ponían a cuidar a los esclavos las cosechas y éstos las robaban, achacando las pérdidas luego al pajarillo.

Pobre totí, al que le cabría también entonces otro refrán, indulgente: “cría fama y acuéstate a dormir”.

Pero ahí está el punto, que de entrada, el totí no es taaaaaaan inocente…

El gobierno cubano ha comunicado que la muerte del célebre disidente Oswaldo Payá Sardiñas se debió exclusivamente a un accidente de tránsito, no a un atentado político.

Payá, fundador del Movimiento Cristiano de Liberación en Cuba, murió al mediodía del domingo 22 de julio del 2012 en un accidente de tránsito en las cercanías de Bayamo (a unos 800 kilómetros al Este de La Habana), cuando el vehículo alquilado en que viajaba y que conducía el español Ángel Carromero, se estrelló contra un árbol al lado de la vía.

Las fuentes oficiales —las únicas— de Cuba, detallan que el Hyundai Accent de cuatro puertas, embalado, se desplazaba a más de 75mph (120kph), cuando entró en una sección de la vía bajo reparación, carente de asfalto. Carromero entonces aplicó bruscamente los frenos, lo que provocó al vehículo culatear y así, descontrolado, colisionar contra el tronco.

El Ministerio del Interior de Cuba ha dicho que la escena advertía a los automovilistas con una señal dedicada la construcción, pero Carromero, que supervivivió, no recuerda haberla visto.

¿Pudo haber sido un accidente? Pudo.

Y veamos cómo pudo:

Quien suscribe, como periodista de automovilismo ha tenido en eventos del ramo experiencias de conducción controladas, continentes de los mismos o muy similares ingredientes de la receta del episodio mortal de Payá: alta velocidad, suelo de grava, curva inminente y frenazo abrupto.

Frenar así, en tales condiciones, suele ser una situación extrema para el conductor experimentado, aterradora para el común. Frenar sobre grava es un acto menos exitoso aún que hacerlo sobre terreno resbaladizo, porque las piedrecillas privan de tracción al coche. Es como entrar caminado no a una habitación con suelo mojado o enjabonado, sino cubierto de canicas.

Y si los neumáticos no son los adecuados o están en mal estado…

A esto debemos añadir las características —mejor habríamos de escribir las carencias— de sistemas de seguridad del Hyundai Accent que circula en Cuba. Las exigencias que al respecto impone el mercado automotriz norteamericano, las más severas del mundo, no aplican en la mayor parte de los países del planeta, y Latinoamérica no escapa a ello. Cuba comunista, sin discusión, peor. En un país donde reina el atraso, la irresponsabildad, la negligencia y la dejadez; en un país donde se ignora la fecha de vencimiento de los alimentos; en un país donde éstos cuando son importados a menudo permanecen bajo el abrasador sol tropical en los contenedores a la intemperie antes de ser distribuidos a la población, y donde —puntual—, los calamares que se venden para consumo humano son los que se usan sólo para carnada en otros lugares, el estado no invierte dinero en autos “seguros”... como no sea la ambulancia personal del hemorrágico Comandante en Jefe.

El Hyundai de Payá carecía de frenos ABS y de Control de Tracción y Estabilidad, sistemas que anualmente salvan miles de vidas en los Estados Unidos porque no sólo detectan la conducta errática de desplazamiento de un vehículo previo a un accidente o en frenado de emergencia, sino que intervienen y evitan —hasta un punto, claro está; no es que sean absolutamente infalibles—, el descalabro.

En la fotografía del auto accidentado no se aprecian ni bolsas de aire frontales desplegadas. Laterales del tipo de cortina que habrían sido cruciales para proteger a Paya del golpe de lado, ni soñarlo…

En este propio website, de pulsar justo ahora mismo sobre esta línea, se puede acceder al review del autor de este artículo acerca del Hyundai Accent GT del 2004 con arquitectura semejante al de Payá, pero con muy distintos entre sí índices de seguridad.

En tests de colisión conducidos por la National Highway Transportation Safety Administration, el Accent GT del 2004 recibió una certificación de 5 estrellas para el conductor y 4 para el pasajero delantero e ídem para los impactos laterales. Mas éste no es el Accent de Payá.

Si el vehículo de renta a cuyo volante iba el joven español hubiese contado con algunas de las características citadas, probablemente el resultado del episodio no habría sido la muerte.

Por otra parte, como en Cuba no se exige el uso del cinturón de seguridad, probablemente Payá no viajaba atado. Lo que mata a la princesa Diana en el accidente automovilístico de París en 1997 es que no llevaba puesta esa faja de retén.

Para quienes creen que el operativo para liquidar a Payá a través de un acoso vehicular es demasiado preciso y cronometrado cual un montaje hollywoodense como para no ser ejecutable ni creíble —especialmente cuando el existe el riesgo del fallo o, peor aún, que supervivan víctimas como en realidad ocurrió—, aún a ésos, noblemente a costa de la desconfianza, les favorecemos con el beneficio de la duda.

Hasta aquí, esta abogacía por el Diablo, de cariz técnico, que dibuja el panorama probable de un común accidente de tránsito con desenlace fatal. Pero, a pesar de todo eso… la culpa la tiene el totí.

Ni siquiera el que Oswaldo Payá haya muerto por accidente exonera de culpa por el hecho al gobierno de más de medio siglo de los hermanos Castro. Tan sólo las sospechas son su mejor fiscal. Porque las sospechas no son infundadas. El propio Payá no sólo fue amenazado de muerte varias veces por la despreciable Seguridad del Estado, sino que fue embestido anteriormente en plena ciudad por otro automóvil mientras viajaba en el suyo, que volcó, una combi VW.

Se trata de una antigua técnica aprendida por los esbirros cubanos de su maestra, la hoy extinta Stasi de la Alemania Oriental. Y la práctica amedrentadora ha sido aplicada ampliamente a otras personalidades del disgusto de la tiranía, por lo menos en el afán de coaccionarlas. Antes incluso de que quedase captado en cámara un episodio así contra el coche en que se trasladaba la portavoz de Las Damas de Blanco Laura Pollán, el periodista de AFP Denis Rousseau destacado en La Habana en la década de los 90 fue atacado de este modo, e incluso anteriormente en los 80 otro checoslovaco sufrió igual agresión en la capital cubana con tal de hacerle abandonar el país porque estaba reportando hacia el exterior actividad opositora. Y Ricardo Boffil, fundador del Movimiento de Los Derechos Humanos en Cuba citó que como ingrediente de su acorralamiento por parte de las autoridades para que se marchara de Cuba, mientras viajaba a bordo de un autobús de ruta allá, fue embestido en el lado de su asiento por un camión que iba en sentido contrario.

A pesar de todas estas evidencias, antecedentes y testimonios, en realidad, para dicha de la dictadura, no hay testigos que pudiesen retar su versión. Y decimos que no hay testigos porque de nada valen los testimonios de los supervivientes, el sueco Aron Modig y el español Ángel Carromero.

Después de prevalecer días detenidos en los cuarteles de la policía política, chantajeados por el equivalente del orweliano Ministerio de la Verdad de "1984", recitarán dentro y fuera de Cuba el libreto que de memoria le han hecho aprender sus comisarios del terror. De entrada, Modig, en conferencia de prensa antes de partir de vuelta a Suecia pidió disculpas por haberse involucrado de una manera específica con Payá, lo cual es illegal en La Isla.

En cuanto a Carromero, el establishment castrista ha estado relamiéndose con la posibilidad de conseguirle un compañero de extorsión a Alan Gross. No convertirán empero al españolito en eso; prefieren en cambio utilizarlo como ficha de canje para obtener una pose más dócil hacia el regimen de una España post Zapatero y por tanto de la Unión Europea, y es por eso que Madrid, para salvar a su ciudadano, ya ha comenzado a conceder, al publicar el pésimo expediente de chofer de Carromero. Todo, incluso el asesinato del carácter moral de Carromero si fuese necesario, con tal de ponerse al pairo de la exoneradora versión del accidente que le conviene a los Castros y salvarle el cuello al muchacho, al cual, según el severo código penal de tránsito de Cuba, le cabrían hasta 10 años de prisión por homicidio vehicular.

Parodiando el alegato J’Acusse de Emile Zola en defensa de Alfred Dreyfus, se prodría establecer una larga lista encabezada por la increpante frase “Yo Acuso” al totí, es decir, al gobierno cubano y Fidel Castro en las postrimerías de su vida y la maquinaria que creó y que anda sola, como responsable de la muerte de Oswaldo Payá Sardiñas y de su compañero Harold Cepero, aún si éstas ocurrieron tangencialmente.

Así, en este caso en particular, “yo acuso al totí” de que sólo en un estado totalitario como Cuba cuyo poder detentan los Castros, un hombre como Payá era un ciudadano que vivió al margen de la ley y lo que hizo en defensa de la libertad, los derechos humanos y de la pluralidad de pensamiento fue ilegal; yo acuso al totí de no permitir transparencia en la investigación ni acceso a los supervivientes y por ende testigos claves en el suceso; yo acuso al totí por manipular la información y chantajear a las víctimas del accidente al punto de narrar dentro o fuera de Cuba, amedrentados por el terror, una historia inventada que no corresponde a la realidad y hasta la posibilidad de que, como ha pasado otras veces, se autoincriminen; yo acuso al totí de haber reprimido el funeral del disidente muerto; yo acuso al totí por desacreditar, menguar y solapar su identidad, sumergiéndolo casi en el anonimato del ciudadano común que Payá no era; yo acuso al totí del mal estado de las calles y carreteras del país, que por ello cada año le arrancan la vida a decenas de ciudadanos; yo acuso al totí del arcaico sistema de emergencia y rescate para la ciudadanía cubana; yo acuso al totí de ni siquiera ser capaz de proveer al cubano en su último momento de un ataúd que tenga asideras para poder moverlo decentemente…

La inocencia pues del ave negra de la que ahora sí se puede decir que del infortunio, si ésta encarna a una tiranía de cinco décadas y su impúdico proceder, no lo es pues. En este caso, la culpa sí es del totí.

Que se cuide del tirapiedras redentor.

 
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