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El FRONTERIZO no quiere volver

El depuesto presidente hondureño MANUEL ZELAYA es el mayor interesado en no regresar a Honduras porque sabe lo que allí le esperaría. Está representando un show para salvar un poco su imagen, a empujones de Hugo Chávez —el productor del espectáculo—, quien le exige tambalearse en la cuerda floja de la frontera entre Honduras y Nicaragua.

por Pepe Forte/Editor de i-Friedegg.com
Posted on July 30/2009


Un, dos, tres... un pasito pa’ lante María, un pasito pa’trá…

Y por ahí va con su sombrero blanco y su bigote negro, y da un paso hacia adelante y luego otro hacia atrás, y un tira-y-encoge a lo tug-of-war con su propia conciencia, y un dale que dale con el show de que cruza la frontera o que la va cruzar y que luego la descruza y... (¿el cuento de La Buena Pipa..?). Ése es Manuel Zelaya, en la cuerda floja entre Nicaragua y Honduras, haciendo su espectáculo como para quedar bien consigo mismo —y acaso para que su mujer no descubra la viril osadía ajena en el torero—, o para que sus seguidores después no le increpen porque no hizo lo que debió para recobrar la presidencia que perdió en pijamas —ahí no tenía el sombrero—. El episodio condecoró a Zelaya momentáneamente con un moretón en la frente —aunque menos glamoroso que el arañazo en la cara de la canción de Sonia Silvestre— por la punta del fusil que gentilmente le obligó a saltar de la cama y luego fuera del país también, y un protagonismo que ya empieza a desteñirse.

Es probable que en algún momento Zelaya hubiese podido volver seriamente al poder. Pero es muy dificil que uno intente salvar las cuatro o cinco ballenas supervivientes del Ártico después que pasa el ballenero ruso cuando, sin ser invitados al propósito, de pronto se le mete delante a la embarcación de Greenpeace una lancha comandada por Chávez e Insulza, cuya tripulación la integran Correa, Morales y Ortega, y la Kirchner con su sexy faldita agitada por el viento, a horcajadas sobre el bauprés. Mientras, estadistas de más nivel —aunque no sean de nuestra predilección— como Silva y la Bachelet, se lanzan por la borda como se escurre por la puerta de atrás alguien que descubre que no le conviene que le vean en cierta fiesta. Qué se le va a hacer, si ése es el actual panorama político de Latinoamérica, conducido por estafadores sin clase que sólo sirven para engrandecer 30, 40, 50 o más años después a figuras hasta hoy nada paradigmáticas como Velasco Alvarado, Belaúnde Terry, Salvador Allende, Paz Estenssoro, Hugo Bánzer y Getulio Vargas, todos con más carácter que estos alcornoques con que penosamente y contra todo pronóstico se ha estrenado el siglo XXI.

Pero lo que cuenta es el gelengue, la cuerda que da Chávez como agente alborotador, con su claque de mediocres que perpetran el poder, no lo ejercen. Y acaso se creen, según les hace suponer el matemático de Caracas —¡7 x 8 = 52!—, que Zelaya volverá a lucir la banda presidencial hondureña. Pero no. La muestra de que el regreso del fronterizo no tiene futuro lo certificó el hecho de Cuba “le sacó el pie” al asunto, pues en pleno brete Raúl Castro se fue a ver las pirámides de Egipto con el 26 de julio a las narices, razón por la que únicamente le dio tiempo a redactar un regaño a los cubanos de sólo 36 minutos con que parodiar el discurso de ocasión. La Cuba de Castro —con o sin él pero castrista—, por lo menos tiene el olfato para detectar con qué se puede hacer un ruido cuyo usufructo sea el papel de víctima creíble aunque la causa esté perdida (bloqueo; los 5 infames… etc, etc, etc.).

Pero, ¡ah!, como Roberto Carlos, no debemos olvidar un gran detalle, y ése es que Zel —¿o Mel?—  no quiere volvel

Zelaya —¡solavaya!—, sabe que no volverá a Tegucigalpa en muchos años, no al menos en la posición que un enroque de dignidad le arrebató; que la verticalidad del gobierno técnicamente de facto —o como quieran llamarle quienes deliberadamente ignoran la estatura patriótica de la movida hondureña—, está plantada ahí como el guardián de más vocación democrática imaginable, para salvar a la nación centroamericana de otro especímen de este cultivo de dictadores de urna que descubrieron la alquimia de cómo legalizar constitucionalmente el autoritarismo y las presidencias vitalicias en ciernes a través de referendums hábilmente enrutados. Si en el mundo han ocurrido revoluciones de terciopelo, el  practicado a Zelaya es pues un golpe de estado de seda, ya que se trata de una reinvención del esquema: militares que empujan de su butaca presidencial —well, de la cama—  al gobernante electo y en ejercicio del país, no lo asesinan y, por demás, no sólo no se instalan en el poder, sino que dejan intacta la institucionalidad de la nación. ¿Quiere usted criticar anyways? Bueno, que lo hicieron de madrugada, carajo... pero es probable que hasta dejaron a Zelaya hacer pipí antes de llevárselo (y sabrá Dios si estaba en calzones y le proveyeron humanitariamente un albornoz de Sears).

Manuel Zelaya, lo decimos otra vez, es el primero que no quiere volver, y de la noche a la mañana, desde debajo de su sombrero —¿será un Stetson?— le ruega a Dios que al mejor estilo del mago Merlín desaparezca a Chávez y compañía, que le presionan para que insista en su amenaza fronteriza. Zelaya está jugando al tiempo, haciendo crucigramas —o quizás watching porno en la Internet—, en aviones ejecutivos que lo llevan a Washington y luego lo sacan de allí para intentar aterrizar en aeropuertos sin permiso —los pilotos deben odiarlo—, en la aspiración de que el asunto se diluya por sí solo de mano del aburrimiento de los medios, o que lo saque de la primera plana latinoamericana un buen terremoto en Costa Rica o en Perú que, por otro lado, tanto el Obama como la Clinton también agradecerían.

¿Zelaya podría volver? ¡Claro que sí!: Sólo para enfrentar cuando menos los años que le quedan por vivir —como mal dice el bolero— tras la rejas, y no con sombrero, sino con un kepi a rayas y de uso que hiede a detergente barato.

Zelaya no es un patriota, ni un héroe, y mucho menos la más rematada posdata de éste (un mártir). Manolito no tiene genitales —a pesar de toda la Viagra del mundo mediante— para pasar la frontera y, a puros cojones, seguir en marcha hasta la capital, ignorando los tomatazos con la resignación de la Santa Patrona de las Esposas Maltratadas. ¡Oh!, sólo tiene un sombrero blanco y un bigote negro —¿o es al revés?—, y acaso una suiza que salta cada noche para ensayar cómo cruzar el límite nica con Honduras de aquí para allá y de allá para acá. Mientras Ricky Martin, vaya usted a saber si de vacaciones en Fiji, ignora que se está perdiendo el mejor escenario del mundo para cantar, un pasito pa’lante María, un pasito pa’trá…


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