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Reelecto el Anticristo Americano
Inmerecidamente, Barack Husein Obama ha sido agraciado con cuatro años más de presidencia por una gran parte del electorado norteamericano. Creemos que este segundo mandato será fatídico para los Estados Unidos, y que encierra la desaparición de la gran nación tal cual la hemos conocido hasta hoy.

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com,

Posted on Nov.11/2012
(En el Día de los Veteranos)

En 1933 el pueblo alemán votó por Hitler; en 1959 el pueblo cubano aupó a Fidel Castro; en 1999 el pueblo de Venezuela eligió a Hugo Chávez; en el 2012, el pueblo norteamericano reeligió a Obama...

Al día siguiente de la votación, escuché a un partidario de Obama decirle no sin cierto filo de cinismo a unos electores de Romney, “pero, ¿y ustedes de verdad llegaron a pensar que podrían ganar?”.

La respuesta es muy simple: Sí.

Y las razones para una contesta afirmativa son elementalmente matemáticas: Quienes votaron por Mitt Romney, aspirante a la Casa Blanca por el partido republicano pensaron que podrían ganar porque las cifras, las estadísticas económicas y de toda índole que le costaron la elección a John McCain en noviembre del 2008 —en la falsa creencia del electorado de que el candidato era heredero de las políticas de Bush— eran mejores que las de noviembre del 2012. Dicho al revés: Los números en la víspera de esta elección eran PEORES.

La deuda trillonaria del presente, el precio de la gasolina a pie de bomba —en muchas regiones del país en torno a los $5.00 dólares el galón—, los millones de desempleados y el porcentaje del paro (7.9, a sólo una fracción del desolador 8) son indicadores mucho, mucho más altos que entonces. So, siguiendo un tren lógico de pensamiento, el castigo que el electorado norteamericano propinó a McCain lo merecía también Obama… mas, paradójicamente no. El actual presidente fue agraciado con cuatro años más de mandato.

Al contemplar estas circunstancias, llegamos a la conclusión de que no, definitivamente no, Obama no merecía un segundo período eleccionario. Pero —ahí está la historia para probarlo y atestiguarlo—, los pueblos y las multitudes —y hasta las moscas en su gregaria vocación de preferir a la porquería en vez de a la golosina— se equivocan.

Sólo una fracción del electorado es lúcida; sólo una porción de la población en ciertos países y circunstancias se da cuenta de las realidades. Pero como sucede siempre en cada reencarnación cíclica de la Santa Inquisición, ese magro fragmento de la inteligencia social incomprendida por el entusiasmo irracional de las masas borrachas de populismo, tiene dos alternativas para no covertirse en víctimas de los Torquemadas de turno: callar o huír.

Lo triste es que ya no queda adonde ir...

Ante la pateadura de votos electorales que Barack Obama le dio a Mitt Romney —obtuvo más de 300 de ellos cuando sólo necesita 270, y aún más millones de votos populares que durante su primera elección—, sabiendo lo que significa la reelección del titular, quienes votaron en su contra sienten la misma desesperación de Copérnico, Giordano Bruno y Galileo Galilei frente a las masas sordas guiadas por lo aparente. Un escalofriante sentimiento histórico de déjà vu les embarga: así se sintieron los pocos venezolanos que, alarmados, en 1999 vieron a sus compatriotas escoger a Chávez en un rapto de alucinación; así se sintieron los pocos cubanos que, angustiados, en 1959 contemplaron a sus conciudadanos apoyar a Castro; así se sintieron los alemanes que, sobrecogidos, en 1933 observaron a sus coterráneos escoger a Hitler.

De nada valió que, como ahora, éstos les dijeran a los otros que su elección resultaría fatídica. Nadie escuchó… nadie escucha ahora.

Como antes, ahora nos preparamos ya para las lágrimas que vendrán después… Sólo que para entonces acaso no habrá regreso ni solución ni consuelo.

El presidente anestésico
No importa lo que haya hecho Obama o lo que dejó de hacer. A Estados Unidos y a Europa entera no le preocupa ni interesa. En contraste, lo ven cual dechado de virtudes.

Como si Obama hubiese rociado cloroformo desde su aeroplano ejecutivo, medio mundo lo idolatra con la devoción que se le prodiga a un santo, al mesías, al salvador. Pero Obama no es nada de eso. Todo lo contrario.

Obama no ha hecho nada en cuatro años que no sea heredar hojas de ruta del gobierno de Bush y pautas que de éste siguió, cuyos éxitos pinta como propios. Obama no es exactamente el rescatista de Detroit; la ejecución de Bin Laden no es de su autoría excepto por el hecho de la autorización porque se trataba de una partitura que seguía su curso sola —le habría tocado a McCain—, y la salida de las tropas norteamericanas de Iraq respondió a un cronograma establecido y publicado por el gobierno anterior en octubre del 2008.

Obama se anota estos puntos como suyos, su campaña habilidosamente así los subrayó, y la ciudadanía, desmemoriada en apenas 40 meses olvidó la verdad sobre ellos.

De su autoría sí es el Obamacare. Estados Unidos necesita una reforma de salud, pero su propuesta es engañosa y dañina a la larga.

De todos sus fracasos Obama continúa culpando a la administración anterior. Si Reagan hubiese hecho lo mismo —cosa que no—, habría tenido que pronunciar el nombre de Carter millones de veces…

Obama capitalizó en el ¡boooo..! que la audiencia le dedicó a la puesta en escena de George W. Bush, y por eso su campaña de CHANGE y de promesas de bonanza económica captó un voto apoteósico. Cuatro años después we are not better off now than before aunque sus partidarios, con el fanatismo ciego del hincha futbolista, insistan en que sí. Los números están ahí (¿ha comparado alguien los precios de la gasolina hace cuatro noviembres con los de ahora?

Esta fotografía fue tomada personalmente por el autor de este artículo y editor de este website el 27 de diciembre del 2008 en una gasolinera en Chipley, en el Norte de la Florida. La que viene debajo, tomada por el mismo sujeto el 16 de octubre del 2012 en las afueras de San Francisco, California...
 

Los nuevos Estados Unidos… es decir,
los últimos Estados Unidos.

Pero Obama ganó. ¿Cómo? ¿Quién? ¿Por qué?

La demográfica norteamericana ha cambiado. Los Estados Unidos del 2012 no son los mismos Estados Unidos de hace 10, 20, 30 ó 40 años. Lo más terrible es que con Obama a su volante cada vez la nación se apartará más y más de su florida senda histórica. El pueblo norteamericano se aleja supersónicamente de su quintaesencia, la del espíritu emprendedor e independiente que le hizo grande. Pero Obama, tanto o más que el ejecutor de un nuevo modo de vivir, es su síntoma.

La mayor cantidad de votos logrados por Romney y para el partido republicano fueron los de los llamados estados rurales, aquellos donde todavía prevalecen las genuinas aunque muy menguadas fuerzas productivas de la nación, que aún producen tangibles. En esos estados, y en sus ciudades y pueblos es donde todavía se halla la clase media propietaria de pequeños negocios, sobre todo en el ramo del comercio. Baste visitar en automóvil uno de los pueblos de Nebraska, Wyoming, Oklahoma o Alabama por sólo citar algunos estados de los que ganó Romney, para descubrir que sus habitantes allí no compran sus herramientas en la tienda de la gran cadena, sino en la ferretería de la familia Smith, o que comen más en el restaurant Walter’s —son ejemplos imaginados— que en la franquicia de hamburguesas o costillas de cerdo. Los Mom & Pop’s Business —a duras penas, es verdad—, todavía perviven allí, y es allí donde también las fabriquitas y la agricultura con sus granjeros que trabajan de sol a sol batallan día a día.

Esta población, emprendedora, propietaria, no tiene como prioridad exigir los programas sociales del gobierno, sino una política tributaria amistosa que no les asfixie para seguir ejerciendo el capitalismo que por generaciones ha mantenido a sus familias.

Obama, por su lado, ganó arrolladoramente en los estados urbanos que se basan en economía abstracta, que gastan más de lo que generan y cuyos exégetas disponen de salarios altos.

Para no pecar de parciales, hemos de admitir empero que muchos de estos componentes no son exclusivos de uno u otro tipo de estado, pero en realidad son más comunes en un tipo que en el otro.

Mas falta todavía una pieza capital respecto de la victoria de Obama en este análisis: la inmigración latina.

El inmerecido y decepcionante voto latino
Todas las cadenas informativas citaron que 71% de los latinos votaron por Obama. Otra desconcertante realidad. A diferencia de Bill Clinton, que visitó Latinoamérica sólo en su segundo mandato, Obama viajó a la región el año pasado, en su primer término. Pero, al igual que Clinton, durante su administración, es cuando más deportaciones se han producido. ¿Merecía Obama el voto latino? Tampoco.

Entre las promesas de Obama —como las otras igualmente deshonradas— estaba en primer lugar la reforma migratoria para el resolver el caso de los millones de ilegales en el país, y crear un sistema de entrada organizado. ¿Dónde están estas cosas? En ningún lugar.

Tal cual hizo con la economía, Obama promete que ahora se ocupará del asunto.

Durante cuatro años de presidencia, Obama ha pronunciado más la palabra muslim que la palabra latin. ¿Por qué entonces se llevó el voto latino?

La campaña de Obama fue de terror. La campaña de Obama, habilidosamente, cuasi leninista y goebbelsiana, acudió a los argumentos del desamparo y de la desigualdad social. Hizo creer a ese electorado que una escogencia por el candidato republicano equivaldría a la desaparición o una mengua agudísima de los grandes planes sociales… ¡que no son de ninguna administración!, sino del gobierno.

En muchos aspectos, la campaña de Obama fue farisaica y desleal.

Es una vergüenza, pero es verdad que en pleno 2012 los arquitectos de la avanzada de Obama emplearon exitosamente la propaganda bolchevique de 1917, de la desigualdad de clases y la del rencor contra los estratos pudientes —contra Romney y su fortuna personal en particular—, pintando a los millonarios —Romney, de nuevo— como seres deshumanizados que, para colmo, llevan al perro de la familia en una jaula en el techo del auto. Nos enteramos ahora que no existen pues millonarios demócratas…

Esa propaganda funcionó muy bien no sólo entre la comunidad afroamericana, sino entre los votantes latinos. Y, naturalmente, entre los resentidos y los recostados, que los hay en todos los niveles de la sociedad, no importa la etnia.

Hay dos inmigraciones latinas, la legal y la ilegal. La ilegal no vota, lo hace la legal… que en parte pudo haber sido hasta ayer ilegal.

La inclinación latina a los demócratas es resultado del buen trabajo proselitista del partido entre esas masas —cosa que los republicanos no han sabido hacer—, y también fruto de pre-concepciones infundadas. La mayor amnistía a indocumentados en el país ocurrió durante la administración de un republicano —Ronald Reagan— y las leyes que en las últimas décadas los han favorecido han tenido como pilares a congresistas republicanos. No importa; si los 12 millones de ilegales que viven en Estados Unidos hoy fuesen legalizados, mañana por la mañana se polarizarían ipso facto en su inmensa mayoría al partido demócrata. Es la bien aceitada maquinaria propagandística demócrata que explota los sentimientos clasistas y le hace creer a esta demográfica que sólo su partido los representa. Solapada, subliminalmente, el partido demócrata usa a su favor el temor racial. Y le funciona.

Esta movilización de los latinos —que ya empiezan a tener por razones de número un marcado peso en las elecciones— hacia el partido demócrata, compromete seriamente el futuro del partido republicano y desfigura el balance político del que históricamente ha disfrutado el país. De continuar esta tendencia, podríamos ver por décadas y décadas nada más que a demócratas en la Casa Blanca. No anda bien una nación que marcha con las ruedas de un solo lado…

Pero todo esto se aviene muy bien a la agenda apocalíptica de Barack Husein Obama.

El anticristo americano
La disparatada reelección de Obama representa una relación biunívoca entre él mismo y la sociedad norteamericana del tercer milenio, irracional, hedonista, abúlica e inerte. Ambas encarnan un ciclo sinfín en que uno —Obama— es su síntoma, y a la vez su motor y representación.

Lo dijimos ya ante su primera elección, que Obama sigue siendo un gran desconocido para el pueblo norteamericano, un hombre con demasiados esqueletos en el closet: el amigo de un terrorista doméstico como Bill Ayers, el hijo adoptivo de un estratega comunista como Frank Davis Marshall, y el ahijado de un agitador anti-norteamericano como el reverendo Wright. El opaco senador de Illinois por un solo término fue además criado por su padrastro Lolo Soetoro en escuelas musulmanas en Jakarta durante su niñez, razón esta por la que creemos —aún en la imposibilidad de afirmarlo categóricamente— que ésa y no cristiana es su fe.

Ya lo dijimos antes también: que la elección de Obama fue una muestra de cuán pronto el pueblo norteamericano olvidó el 911. Y la reelección, peor: el principio del fin de los Estados Unidos de América como le conocimos hasta hoy.

Como un dedicado alfarero que pacientemente planea erigir el sepulcro de los Estados Unidos, Obama tiene ante sí las diversas tinas con la arcilla con que hará cada ladrillo. Uno de estos ladrillos es la emigración latina.

La inmigración latina legal, creciente de modo reciente —es más bien un fenómeno desde la mitad de la década de los 90—, aporta bondades a Estados Unidos. Otro idioma, otra culinaria… y otras virtudes. Pero carece de la que carece, la más importante de todas, y que terminará destruyendo la esencia norteamericana. Estados Unidos, país como el que más, no tiene que arriar su bandera ni diluir su identidad. Pero es lo que va pasar porque aunque no toda, la mayor parte de la inmigración latina carece del sentido de pertenencia a aquí.

Es lógico; un universo separa a los pioneros fundadores de lo que hoy es Estados Unidos, emigrantes también, de la inmigración legal actual que viene de América Latina.

Exceptuando casos puntuales que pueden definirse como de pura persecución política —algunos ciudadanos de Colombia por el drama de la guerrilla, aparentemente en extinción hoy pero potente hasta hace muy poco; el acoso marxistoide chavista en Venezuela, y antes los nicaragüenses que huían de los sandinistas—, la gran inmigración legal del continente que habla español o portugués es de índole económica, no política. Y ser un refugiado político, fuese de donde fuere, lleva un denominador común: la inviabilidad de regresar.

Lo que separa al exiliado actual y a aquellos viajeros del Mayflower en 1620 de los inmigrantes latinomericanos legales del presente y del pasado reciente, es que no podían ni querían volver atrás.

El mundo es otro hoy. Las comunicaciones del presente, las intangibles (los medios, las plataformas de línea o cibernéticas), y las tangibles (el transportarse físicamente en un avión en un santiamén) posibilitan conservar el cordón umblical con el país que se dejó detrás. No se trata de renegar del origen o de las raíces ni de renunciar a las costumbres. No lo hicieron en una época los emigrantes irlandeses, polacos o italianos de las primeras décadas del siglo XX, pero éstos sí se fundieron a nueva cultura, idioma y tradiciones, detalle que vemos del que carece en cierta medida esta emigración latinoamericana que citamos. Flaca recompensa al país que le ha brindado las oportunidades de que carecía en el natal para prosperar es devolverle como pago no sentirlo propio o emplearlo como plataforma para propósitos personales. Es un modo de saqueo, no sólo indigno, sino pernicioso. Terrible ciudadanía la que viene no a vivir EN los Estados Unidos, sino a vivir DE los Estados Unidos.

La diferencia cubano-americana, pero...
Lo que hizo exitoso política y económicamente al exilio cubano de Miami en apenas una generación, manifiesto en congresistas y senadores cubano-americanos y en la presidencia de portentosas entidades como la Coca-Cola y ATT, fue precisamente la imposibilidad y el rechazo a volver atrás y, en consecuencia, su sentido de integración y de agradecimiento y orgullo por los Estados Unidos. En esto, los cubanos exiliados se igualan a los peregrinos del Mayflower...

Pero, ¡ay!, hasta ese escenario ha cambiado.

A diferencia de elecciones pasadas en que el voto cubano-americano en una proporción de 80 a 20 era históricamente favorable al partido republicano, ahora la tortilla se volteó totalmente hacia el demócrata en la elección de Obama. Esto significa que también hay una gran brecha entre el típico exiliado cubano de antes y el cubano que llega ahora a estas costas.

No es cuestión de fecha de arribo lo que define a un cubano de Miami como exiliado político o emigrante económico; es cuestión de pose ideológica. Muchos de los cubanos que llegan a Estados Unidos ahora y lo han hecho en los últimos 20 años son tan militantemente anticastristas como los que arribaron inmediatamente tras el 1ro. de enero de 1959 o a partir del 1ro. de diciembre de 1965 cuando se establecieron los Vuelos de la Libertad entre Varadero y Opa-Locka. Pero la mayoría no, y ha quedado demostrado ahora en su predilección por Obama. Especialmente entre los voceros de Castro en Miami y su reducido grupo de seguidores, se precibe un regocijo por Obama justo en la misma dosis que del tirano cubano les faltaba para gritar ¡Fidel, Fidel, Fidel! y que han recuperado emocionados en el actual presidente norteamericano.

La diferencia entre uno y otro cubano es simple. Los cubanos de la primera ola de refugiados estaba nostálgica de la Cuba que Castro les secuestró de la noche a la mañana, y no querían ni podían —y hasta temían— regresar a esa Cuba de la que prácticamente habían escapado. Los cubanos de ahora están nostálgicos de la misma Cuba castrista que han dejado detrás —por eso a algunos se les hace tan difícil la supervivencia en Miami sin Juan Formell y Los Van Van y Silvio Rodríguez—, y por eso regresan, quieren y pueden regresar —y ni siquiera temen— a la Cuba del pasado minuto.

Eso es lo que diferencia a unos y a otros.

Los segundos, muchas veces a leguas del más mínimo compromiso con la libertad de Cuba, que llegan aquí por inspiración de última hora o simplemente porque se hartaron de algunas de las tantas inconveniencias de allá, son también otro ladrillo de la tumba americana de Obama, partidarios de que todas las legítimas restricciones con que se ha pretendido hacer alguna presión sobre la tiranía sean levantadas una a una, y ellos saben que en esa meta, Obama está de su lado.

Estos cubanos, carentes también como parte de la emigración latina de un sentimiento de integración a la sociedad norteamericana, son materia prima del actual presidente para seguir royendo los cimientos del país.

Pero los componentes de la nefasta receta obamística son más. La economía es la jugada de punta de Obama, el Santa Claus americano, para destruir a los Estados Unidos, repartiendo dinero a diestra y siniestra, con lo que hemos alcanzado la deuda trillonaria —a punto de insalvable— y de la que no puede culpar a su predecesor.

Los críticos de Obama, es decir, los críticos ilusos de Obama, piensan que él no tiene el talento para unir ambas cámaras o ambos partidos y llegar a un acuerdo para salvar el abismo fiscal. No. Los que llevan razón son los preclaros críticos de Obama que sí saben a fondo quién es él. Obama sí tiene el talento para aunar las dos esquinas del cuadrilátero, lo que no lo va usar. Su estrategia es aparecer ver herméticos a los republicanos para que finalmente el país se despeñe, luego sacudirse y, como ha hecho ya por 4 años, culpar a otros.

Esta movida es crucial para su plan maquiavélico de disolver a los Estados Unidos. De salvarse el precipicio presupuestario, será porque los republicanos, acosados, van a hacer grandes sacrificios en su base filosófica. Obama va a abusar de la coyuntura...

Los recortes tributarios que estableció Bush serán automáticamente descontinuados y tan pronto como el año próximo, 98% de la ciudadanía norteamericana, como dijo Obama en su primera aparición presidencial, pagará más impuestos, precisamente todo lo contrario de lo que la gente quiere y él mismo prometió… hace cuatro años (claro, resulta que él tiene ahora un plan económico, ese folleto que agitó en alguna comparecencia durante la campaña, como si se estuviese dando un golpe de estado a sí mismo).

Obama es el presidente mediocre que vive de promesas que nunca puede cumplir, y de estar perennemente en campaña. Como Chávez en Venezuela, y Castro en Cuba, eso tiene un nombre en español: demagogia.

Quien escuchó su discurso en la noche del 6 de noviembre para reconocer su victoria sobre Romney, se quedó con la impresión de que se trataba de un nuevo presidente, no de uno reelecto, acusando a un pasado reciente que es el suyo propio. ¿Forward? En realidad, la tecla que Obama le ha tocado a los Estados Unidos, si no es la de Rewind, por lo menos es la de Pause, porque ha empantanado al país. Y aún desconfiamos que la que le tenga reservada sea la de Delete...

Pero insistimos: Obama es de caucho, nada parece hacerle mella, ni siquiera el hecho de que en su segundo mandato contra lo que tendrá que pelear serán sus propios cuatro años previos. ¿Y quién perderá en ese duelo Obama VS Obama? Pues, los Estados Unidos de América...

El plan maquiavélico
Cuando la economía continúe su tendencia a la caída, antes de dos años Estados Unidos será Europa, y estará tan quebrado como Francia, España y Grecia. Pero no importa, Mr. President, he aquí que le hemos premiado con cuatro años más de gobierno, para que el galón de gasolina siga remontando las marquesinas (¡oh!, ya hemos olvidado que los petroleros era la familia de Bush…).

El esquema para acabar con Estados Unidos es tan perfecto que cuesta trabajo hasta verlo a simple vista, a pesar de que está ahí mismo.

Quiera que no, Obama —otra vez dirá que no es su culpa, sino de las circunstancias—, la primera solución que tendrá en la mano para paliar la crisis será cortar el presupuesto militar. Así, por primera vez, por lo menos desde finales del siglo XIX cuando la Marina de Guerra norteamericana destrozó frente a las costas de Santiago de Cuba a la Armada Española, Estados Unidos será una anémica fuerza militar, ni la sombra de su poderío histórico, otrora respetado y temido globalmente.

Mas el panorama no termina ahí, sino que la receta empeora con sus pasos en política internacional.

Bochornosamente, nada pasará con lo que debería derivar en una impugnación de su presidencia con motivo del suceso de Benghazi. Cuatro ciudadanos norteamericanos han muerto allí, incluido el embajador, y ya se sabe que durante la odisea de 7 horas, la administración estuvo mirando en vivo cuanto acontecía y finalmente los abandonaron (él estaba muy ocupado en su campaña en Las Vegas).

Esta administración, pasando diametralmente por su santísima trinidad (Obama-Biden-Clinton), es responsable absoluta y directa del crimen. Pero ya han desencadenado su juego sucio para que los tres resulten exonerados de toda pena: la renuncia del director de la CIA, David Petraeus, pieza clave para la inculpación de la administración carecerá del peso que habría tenido en su cargo ejecutivo y que se debilita como ciudadano privado. Eso, si acaso es que va al congreso a pesar de la subpoena… Y Hillary Clinton, muy oportunamente, estará de viaje durante los interrogatorios (¿ya hemos olvidado que ella públicamente asumió la responsabilidad cuando Obama la lanzó delante del autobús?).

Para agregar sal a la herida, también podemos señalar el derribo del avión no tripulado norteamericano en aguas internacionales por la fuerza aérea iraní horas antes de las elecciones y que fue oportunamente reservado para después de transcurridas éstas, con tal de favorecer la reelección del titular.

Pobre América… en manos de quién estás.

Benghazi debería ser el Benghazigate de Obama. Pero el presidente más blindado de la historia de los Estados Unidos, el mismo que hace unos días convocó a votar por venganza, probablemente salga indemne del episodio, lo mismo que de la tardanza de FEMA en asistir a los damnificados de la tormenta Sandy. Cuando Katrina poco faltó para que crucificaran a Bush…

El modo en que taparán la muerte de los cuatro norteamericanos será uno de los capítulos morales más penosos de la opinión pública y gobierno norteamericano. Pero qué puede esperarse de un presidente con una agenda oculta y de una secretaria de estado desconocedora de todo honor que ignoró el escándalo de las infidelidades de su marido cuando éste era presidente en el afán de saciar su desmedido apetito por el poder para alcanzar a la cañona la senaduría por New York, hoy el alto cargo que ocupa en el gobierno, y mañana sus megalómanas aspiraciones presidenciales no en el interés de servir al país, sino para alzarse con el hito histórico de la primera mujer en la Casa Blanca. Pocas veces se ha visto una administración tan peligrosa, tan antipatriótica, tan turbia y de tan baja catadura moral en el 1600 de Pennsylvania Avenue.

Del terrible caso de Benghazi sufriremos una estela que imaginarla siquiera pone a temblar. Después del 911, este es el primer ataque terrorista que sufre Estados Unidos, aunque fuera del país y con mucho menos víctimas, si acaso eso nos sirve de consuelo. Con Obama y su administración, los fundamentalistas islámicos nos rompieron el invicto.

Como la administración primero demeritó el asalto desconociéndolo como un ataque terrorista, no ha hecho nada para buscar ni castigar a sus ejecutores, y para colmo los responsables aquí serán librados de toda culpa, Al Qaeda y todo enemigo extremista de Estados Unidos han interpretado todo ello como lo que es, un gesto de debilidad y es sólo cuestión de tiempo para que suframos otro 11 de septiembre.

Y aún falta Israel. E Irán.

Obama seguirá tirándole la puerta en la cara a Israel, uno de los sólo dos aliados que tiene Estados Unidos en el mundo. La temperatura seguirá subiendo entre Tel-Aviv y Teherán... y podrían irse a las manos. Con la promesa que Obama le hizo en voz baja a Medvedev de que en un segundo término lo ayudaría ('After my election I'll have more flexibility'), con Rusia a favor de Irán, la situación tendría ribetes hecatómbicos.

Y aún falta la estocada mortal para arrasar hasta los cimientos mismos a la nación, en esencia y fundación: Como sabe que de su mano, paso a paso, desembocaremos en una situación sin antecedentes, Obama debe estar preparando ya el nombramiento de dos nuevos magistrados a la Corte Suprema, tan afines a él como los perros de Napoleón en la novela Animal Farm de George Orwell, que bendecirán la propuesta presidencial de, invocando una circunstancia excepcional, modificar la constitución para volver a los tiempos de Franklin Delano Roosevelt, en que la reelección era indefinida. “No podemos darnos el lujo de, en un momento como este, cambiar de presidente”, dirá aún antes que la campaña contra el próximo rival por el partido republicano aparezca. Y todos quienes ahora votaron por él, lo harán nuevamente…

¡Obama, Obama, Obama, Obama..!

Quienes votaron por Obama, inocentemente o a sabiendas, marcaron con sangre en su boleta; la sangre de los cuatro ciudadanos norteamericanos asesinados en Libia por los peores enemigos del país en que viven, cuyas muertes no hay interés ninguno por reivindicar. Y llorarán mares de lágrimas —y nos las harán llorar a quienes no votamos por él—, cuando poco a poco el presidente con el nombre más exótico que ha conocido la nómina de la Casa Blanca continúe con la brújula en la mano indicando el derrotero final de esta gran nación que incluso hoy ya no la es.

Quienes votaron por Obama deben saber que votaron por el candidato de La Habana y de todo el eje escarlata del continente integrado por Caracas, Quito, La Paz y Buenos Aires. También, por el candidato de Damasco, Teherán, Beijing y Moscú, y el de los voceros de Fidel y Raúl Castro en Miami.

Estamos en el velorio de Estados Unidos y no nos hemos dado cuenta. Sólo falta enterrarlo.

La gente a veces se equivoca…

En 1933 el pueblo alemán votó por Hitler; en 1959…

(Bis)

 

El lector puede consulatr otros artículos sobre Obama publicados en este mismo website, si poncha sobre la línea en particular:

• Fábula del perro en el techo y el embajador muerto Nov. 6 2012

• Obama perdió el debate presidencial con Mitt Romney Oct. 2 2012

• ¿Es Obama musulmán? Ene. 2 2011

• Inmerecido Premio Nobel de la Paz a Obama. Oct. 9 2009

• La elección de Obama en el 2008. ¿Hacia dónde llevará a EEUU? Nov. 5 2008