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FORD MUSTANG convertible: 40 años después se resiste a bajar la cuesta

por: Pepe Forte



Sigue siendo dueño de cada generación joven. ¿Y sólo la joven? Un auto que atesora 40 años de historia exitosa, posee la extraña virtud de conquistar por igual toda edad y demográfica. Cuatro décadas después, el Mustang está muy lejos de comenzar su viaje de vuelta.

Es difícil escribir del Ford Mustang sin dejarse arrastrar por la tentación de hacer su historia; una de las más sorprendentes del mundo del automóvil. El Mustang, como Los Beatles, ha generado tantos detalles y pasiones en su decursar, que bien podría llenar una enciclopedia. Esta vez no voy a historiar. ¿Mi recomendación?: Leer la autobiografía de Lee Iacocca. Tal vez el lector más joven sólo conozca a Iacocca como el padre de la minivan —Voyager, bajo Chrysler—, pero no su paternidad sobre el Mustang cuando era presidente de Ford Motor Co. en 1964. Lo interesante del caso es que el Mustang sorprendió en pronósticos a todos, incluso a su propio creador. Nunca concebido como una auto caro, a lo largo de 40 años y acreditándose una categoría que inmediatamente habitara su eterno rival, el Chevy Camaro —que terminaría a la larga abandonando la carrera— pocos habrían podido pronosticar que el Mustang y sólo el Mustang quedaría como el único triunfador. El dilecto pony car, del que con el logo de la silueta del mustang cabalgando en sentido contrario a como los hacen los caballos en le hipódromo, dijera por ello el propio Iacocca que ése era su perfecto emblema de libertad, el de un caballo que no estaba sujeto a correr en un óvalo... (excepto en uno azul diría yo).
  
   El Ford Mustang ha hecho soñar a más de una generación y en particular a las más joven cada vez, aunque es apreciado por casi todas la edades en cada momento. Y es la edición de ahora y que debutara en el 2004 para celebrar sus 40 años, la que más ha expandido su demográfica, porque ha fascinado a los más jóvenes de hoy y, por reminiscente, ha estremecido de nostalgia a los que ya se nos empieza a caer el cabello y que le vimos nacer cuando estábamos en la elemental.
  
   El nuevo Mustang es no sólo una de las mejores expresiones de los autos de la ola retro del momento, sino que aseguraría que la más exquisita reinterpretacion de un modelo original. Este Mustang habla mejor con lenguaje contemporáneo el idioma del Mustang original que incluso la más reciente versión del Thunderbird del Thunderbird original.
 
   Mustang nunca ha sido uno solo. Como los buenos bombones viene en varios sabores y, desde el regular hasta el GT, pasando por el Mach y las ediciones Shelby y Cobra, ofrece distintos paquetes visuales y sobre todo diferencias en potencia y performace. En esta ocasión no repasaré detalladamente su hermanos de arriba o de abajo, sino que nos concentremos sólo en éste, Convertible Deluxe V6. Mi unidad de pruebas estaba pintada en bellísmo color azul —según la etiqueta, Windweil Blue— con capota y tapicería interior de tela crema. El paquete a bordo lo llevó a un precio de ventanilla de $27,375.00, pero versiones de techo duro más plain pueden estar en los muy bajos 20 grandes.
   
   El motor es un V6 SOHC, y por ello puede decirse que relativamente sencillo en construcción, casi tradicional, y así mismo también se siente como una planta motriz de los viejos Mustangs, incluso hasta en sonido. La cilindrada es de 4.0L y 12 válvulas para 210hp. El rendimiento es 19 millas en ruta urbana y 25 en la carretera.
  
   No cometa la torpeza de querer comparar a este Mustang con otros fancy convs del mercado como el Audi S4, o ni siquiera con otros Mustangs de más categoría. Este modelo es lo que es y lo que fue, un convertible hermoso de relativa potencia —200 caballos no es una cifra despreciable—, y nunca particularmente de lujo. Pero permite a los hiperkinéticos acceder a un decoroso nivel de la velocidad y la potencia, antídoto a sus ansiedades, y a la vez mezclarlo con la tradición americanísima de crusing in style. Ford conoce el verdadero sabor de un auto que ha estado curando por 40 años, y conoce muy bien también el paladar de quienes lo quieren saborear.
  
   Por otra parte, tampoco busca la perfección. En este modelo habría querido no hallar tanto ruido del motor dentro —algo en lo que Ford debe trabajar— y un sonido del motor más vigoroso. Y teniendo en cuenta que el coche es retro, me habría gustado también que el estéreo poseyese cierto aliento "antiguo". Se trata de un buen audio Shaker —no supremo, pero que califica— de faz casi genérica, que desentona con todo un ambiente visual interior que traduce muy bien el modelo original. Por lo demás, no tengo mas críticas.


Por dentro, aunque a través de mucho plástico, recrea muy bien el feeling de antes. Las toberas del aire acondicionado son circulares y no se enredan en desacuerdos con el diseño general. Están rematadas por bordes cromados, como los que circunvalan los relojes del tablero y esto lo lleva agradablemente a uno más que a 1964, casi a los años 50. Lo mas plausible del espíritu retro dentro del auto es un panel tipo aluminio que recuerda muy bien las pizarras metálicas del pasado. Pero el punto más alto está en la tipografía condensada del tacómetro, un patrón que perduró por décadas en los coches de Detroit y que me parece conmovedoramente emocionante. De día se iluminan en blanco, y de noche, al encender los faros del auto, pasan a azul con algunos toques en bermellón.
  
   Lo que no me complace mucho es el diseño de la palanca de cambios que aunque muy retro y aún cómoda de manipular, denuncia demasiado que es plástica, y tampoco me gusta mucho su recorrido. Mi coche era automático, con transmisión de 5 velocidades.
  
   Las butacas son cómodas y el auto, para ser un convertible, cuando capota abajo, no es muy ruidoso —pensé que lo iba a ser más— en relación con el viento al rodar. La visibilidad es buena, pero al bajar la altura del asiento, descubrimos que la pizarra y el capó comienzan a hacerse intolerablemente altos. Mis hijos —teenagers—, al sentarse en el asiento del pasajero, se quejaron de eso.
  
   El banco trasero no es de grandes amplitudes y se aleja un poco de las comodidades que ofrece, por ejemplo, el Chrysler Sebring convertible, pero en realidad no son intolerables.
  
   El rodaje es fluido y los que desean una tonificación a la europea en la amortiguación no la encontrarán. En amortiguación y dirección el Mustang está en un punto intermedio entre lo sedoso y lo duro, pero habla inglés, no alemán.
  
   La capota no es de las de 'mira, mamá, con un solo botón', sino que depende de anclajes liberadores en los extremos superiores del marco del parabrisas. Pero son fáciles de manipular y planos. agradezco que no son de ésos anclajes protuberantes como en otros descapotables, con los que me he pegado mis buenos cabezazos en otros convertibles. Por otro lado, la aproximación de la capota a este punto en la operación de cierre es muy favorecida por este diseño. Al rotar estos anclajes, ellos mismos quedan abiertos en una posición que luego conducen los enganches hasta el atraque. Aunque la capota ofrece una asidera hendida al centro del marco, arriba, para tirar de ella y ayudar a cerrar, realmente no hace falta realizar la operación.
  
   En cuanto a seguridad, posee bolsas de aire y frenos ABS. Por fuera el paquete se completa con magníficos rims de aleación, de 16 pulgadas.
  El auto trae todas la amenidades de un coche de por encima de 25 mil: pestillos y ventanillas expreso —un solo botón para las dos más pequeñas detrás de las principales—, acceso remoto sin llave, retrovisores elécricos y asiento eléctrico para el conductor. El climatizador es de botones regulares y especialmente el de la temperatura es de curso corrido, no de pasos.
  
   La semana que conduje este auto, recibí incontables elogios por su belleza. Me sumo a esos encomios. Este Mustang, cómodo, amplio, y muy bien dibujado, posee las líneas ideales para celebrar los 40 años de un coche que, sin duda, es tan símbolo no sólo de Ford, sino de la industria automotriz norteamericana, como lo es Hollywood del país en general. El Mustang es un coche antológico que no vislumbra siquiera el final de su propio camino. En EEUU, al cumplir 40 años se le llama over the hill al hecho. O sea, que se ha llegado a la cima de la colina. La frase sirve para reconocer lo alcanzado... pero encierra cierto pesismismo también porque significa que de ahí no hay más que el viaje de cuesta abajo. Los 40 años del Mustang tienen que ver con la primera mitad de esa idea, pero no con la segunda. Este coche histórico no tiene ruta de regreso: el viaje del Mustang es solo de ida... y siempre en ascenso.